ROLANDO ASTARITA Perspectiva crítica de la teoría del capital humano.
Conferencia «Perspectiva crítica de la teoría del capital humano»
El martes 25 de junio pasado debí haber dado una charla –“Una perspectiva crítica de la teoría del capital humano”- en el marco del aniversario de la Escuela Profesional de Ciencia Política y Gobernabilidad de la Universidad Nacional Micaela Bastidas de Apurimac – Unamba, de Perú. El evento fue organizado por el Centro de Estudios Guardia Mayorga (aquí). Lamentablemente, por impericia “técnica” de mi parte, hubo que cancelar la presentación. En lo que sigue va el texto, corregido, de la intervención que había preparado. Una perspectiva crítica de la TCH Orígenes de la TCH: problemas en la función de producción La teoría del capital humano (en adelante TCH) surge entre fines de la década de 1950 y comienzos de la década de 1960. En principio, trató de dar respuesta a un problema que enfrentaba la teoría económica, relacionado con la función de producción, de matriz neoclásica. Según este enfoque, cada factor productivo, trabajo y capital (para simplificar dejamos de lado la tierra) contribuye al producto, y recibe un ingreso acorde con ese aporte. Así, la productividad marginal del trabajo (= salario) multiplicada por la cantidad de trabajo, más la productividad marginal del capital (= ganancia o interés) por la cantidad de capital, es igual al producto. O sea, el pago de los “servicios” trabajo y capital agotan el producto. Sin embargo, cuando se iba a las cuentas nacionales surgía que el pago de los factores era menor que el producto total. A ese plus de lo consideró un “residuo” (conocido como “el residuo de Solow”), aunque era significativo. Es en este punto donde entra la TCH, originada en los escritos de Theodore Schultz, Gary Becker y Jacob Mincer. En esencia, planteó que al “capital físico” (maquinaria, instalaciones) había que sumar el capital humano, que hasta ese momento no se lo tenía en cuenta. Según la TCH, la salud, el cuidado de la niñez, y fundamentalmente la educación y entrenamiento en oficios o profesiones, son una forma de inversión en capital, aunque no físico sino humano. Esa inversión redundaría en el aumento de los ingresos de los trabajadores. El razonamiento es: aumenta la educación; en consecuencia aumenta la productividad marginal del trabajo; por lo tanto aumentan los salarios, que son iguales a la productividad marginal. Con este enfoque, la TCH adelantó una explicación de diferencias de ingresos que parecían inexplicables. Por ejemplo, las que existían entre los trabajadores de color y las mujeres, con respecto a los varones blancos. Los ingresos de estos últimos eran más elevados que los ingresos de las mujeres y las personas de color, y eso se debía a su mayor nivel de educación –o sea, más capital humano. En segundo lugar, y más relevante, la TCH buscó explicar algunos hechos, que surgían de los datos de la contabilidad nacional, y no encajaban con lo que preveía la teoría ortodoxa. Por ejemplo, la evolución de la relación capital (físico) / ingreso, o K/Y. Según el enfoque neoclásico, si aumenta el capital físico, la economía usará más capital, debido a su mayor abundancia y baratura. Sin embargo, los datos mostraban que, a medida que crecía la economía, K/Y disminuía; por lo que el aumento de K/Y parecía no ser un requisito para la generación de riqueza. En respuesta a este problema, la TCH sostuvo que las mediciones de K se referían solo a una parte del capital, ya que excluían al capital humano. Si se tomaba en cuenta a este último, no se podía decir que K/Y disminuyera. En tercer lugar, había que explicar por qué la economía de EEUU crecía a una tasa más elevada que la cantidad horas-hombre trabajadas, y stock de capital físico utilizado para generar el producto; o sea, el ya mencionado “residuo”. Según la TCH, diferencia se explicaba, en parte, por rendimientos crecientes a escala; en parte también por mejoras en el capital físico; pero por sobre todo, por el aumento en el capital humano. En otros términos, la TCN sugería que al contabilizar la producción por obrero había que considerar el aumento en capital humano. En conexión con esta cuestión, la TCH también pretendió explicar por qué aumentaban los salarios reales; y por qué aumentaba la participación de los salarios estadounidenses, o de otros países adelantados, en el ingreso. Una vez más, se debía al aumento del capital humano. Años después, entre los 1980 y 1990, el “capital humano” fue incorporado a la función de producción por economistas neoclásicos como Romer y Mankiw. En estos modelos la educación, “productora de capital humano”, es el motor del crecimiento en el largo plazo. Individualismo metodológico y curvas de oferta y demanda Desde el punto de vista metodológico, la TCH adopta el enfoque individualista, y con foco en la oferta de la fuerza laboral. Es que cada individuo decide continuar, o no, su educación, comparando el valor presente de los ingresos futuros esperados que le dará el aumento de conocimiento, con el costo de adquirirlo. Este último incluye los ingresos pospuestas (“costo de oportunidad”); y los costos directos (por ejemplo, compra de materiales de estudio; pago de educación privada). Si los ingresos futuros, actualizados, superan a los costos, el incentivo será seguir estudiando; lo contrario ocurre si los costos superan a los ingresos futuros esperados. Naturalmente, para realizar ese cálculo el individuo necesita conocer la tasa de descuento que ha de aplicar para actualizar los ingresos futuros [Aclaración: un valor futuro se actualiza al valor presente descontándolo a determinada tasa de interés. Por ejemplo, supongamos que el año próximo un activo valdrá $105. Si la tasa de interés es del 5%, el valor presente de esa suma es 105 ÷ 1,05 = 100; si la tasa de interés es 3%, el valor presente será 105 ÷ 1,03 = 101,94]. Los autores de la TCH acostumbran a simplificar el asunto asumiendo que los individuos adoptan la tasa imperante en el mercado. El sesgo individualista entonces es marcado: la mejora de la posición del trabajador dentro del sistema no depende de factores sociales, sino de que elija racionalmente su inversión en educación y se esfuerce en prepararse. Aunque Becker admite que en las decisiones influyen otros factores, como incertidumbre, motivaciones complejas, y similares, consideró que su modelo es válido porque “es una forma económica de ver la vida”. Con este planteo, se establece entonces una curva de demanda de educación de pendiente negativa. Es negativa porque se supone que el rendimiento de la educación va disminuyendo a medida que aumenta su cantidad (y desciende su precio). Por otra parte, la curva de oferta de educación tiene pendiente positiva: a medida que aumenta la educación, aumentan sus costos. Todos somos capitalistas Una conclusión llamativa de la TCH es que todos somos capitalistas. Obsérvese que en el planteo tradicional de los “factores de producción” (trabajo – salario / capital – interés / tierra - renta) todavía se conservaba cierta alusión a diferencias de clase, o grupos sociales. Con la TCH eso ha desaparecido. En este respecto Schultz dice que era obvio que más educación mejora la preparación del trabajador, pero lo que no se había tenido en cuenta es que esa mayor preparación significa mayor capital humano. Y agrega: “Los trabajadores se han convertido en capitalistas no por difusión de la propiedad de las acciones de las corporaciones, sino por la adquisición de conocimiento y habilidades que tienen valor económico”. Conectado a este enfoque, el carácter de clase del Estado, y del sistema educativo, y los intereses de la clase capitalista asociados a ellos, se hacen invisibles. El capital como relación social vs el capital “como cosa” Según los neoclásicos, el capital es un objeto, sea el capital “físico”, o el conocimiento que el individuo ha incorporado. Desaparece por lo tanto cualquier referencia a las relaciones sociales que se encarnan en los medios de producción, en el dinero, o la fuerza de trabajo. Por lo cual se naturalizan nociones como capital, fuerza de trabajo, mercancía. El capital físico existiría desde tiempos inmemoriales –desde que el ser humano utilizó la primera piedra para cazar o despellejar a un animal muerto- de la misma manera que el capital humano, a medida que los seres humanos avanzaban en el conocimiento. La relevancia de la teoría de Marx en este punto es difícil de exagerar. Lo esencial: el capital es una relación social, objetivada en dinero, en mercancía, en medios de producción. Por eso Marx introduce la noción de capital a partir de una fórmula, Dinero – Mercancía – Dinero’ (valorizado). D’ que a su vez se puede acumular para generar más valor, que a su vez se valorizará. El objetivo es valorizar el valor adelantado. El origen y motor de esa valorización es el trabajo del obrero. Al trabajar, este genera valor (repone el valor de su salario) y plusvalía. Pero dado que no dispone de medios de producción, si no quiere morirse de hambre, aceptará trabajar entregando plustrabajo gratis al capitalista. Por lo tanto, su circuito es M (fuerza de trabajo) – D – M (bienes salariales que le permiten reproducir su fuerza de trabajo). Aquí no hay valor que se valoriza; el objetivo no es valorizar el valor, sino obtener valores de uso en la forma de los bienes salariales. ¿Cómo se puede afirmar que esta situación es igual a la del ciclo del capital, D – M – D’? La realidad es que estamos ante una relación antagónica entre el capital y el trabajo. Es antagónica y es de poder. Es el poder de la propiedad privada frente al obrero que solo dispone de su fuerza de trabajo. No hay forma de sostener que el obrero es un capitalista. Dos cuestiones vinculadas: a) Según Marx, el trabajo complejo demanda mayores costos de preparación y aprendizaje. Pero genera más valor y plusvalía. De manera que, contra lo que sugiere la TCH, no necesariamente incrementa la relación salarios / beneficios (un proxi de la tasa de plusvalía) o la ratio salarios / ingreso; b) En la TCH no se tiene en cuenta que los salarios de los CEO y demás ejecutivos constituyen plusvalía. Es la retribución para el capitalista que le corresponde por dirigir la explotación del trabajo. Ese ingreso es cualitativamente distinto del salario que recibe el obrero. Además, la remuneración de los CEO no necesariamente tiene que ver con sus conocimientos, sino con la aptitud para dirigir la explotación del trabajo. Planteo irrealista Vayamos ahora a una crítica más “interna” de la TCH. Un primer tema clave es la idea de la productividad marginal decreciente que, según los neoclásicos, es igual al salario. En relación a este planteo, no hay manera de mostrar que los salarios se determinan por la productividad del último obrero contratado. Un caso clásico: tenemos 9 obreros que trabajan con 9 palas (capital), supongamos que cavando zanjas. Se contrata un décimo obrero. ¿Cuál es su productividad, suponiendo que sigue habiendo 9 palas? Respuesta: nunca puede ser igual a un salario. Pero… ¿y si había 10 palas disponibles? Pues en ese caso, no hay razón para que el décimo obrero sea menos productivo que sus colegas. En definitiva, el planteo de salarios = productividad marginal es insostenible. Pero con esto todo el argumento de la TCH se derrumba. Por otra parte, es imposible determinar la contribución física a la producción de los diversos factores. Por ejemplo, supongamos un cambio tecnológico en la maquinaria aumenta la productividad, pero exige mayor calificación del obrero. ¿Cuánto del incremento de productividad se explica por el cambio en el capital físico, y cuánto por la mayor calificación del obrero? Imposible responder. Pero entonces no se puede construir esa función de producción “capital humano por obrero – producto” separada de la función “capital físico por obrero-producto”. Además, la idea, de Becker y otros, del trabajador calculando los ingresos esperados a lo largo de la vida (30, 40 o más años) de, digamos, 50, 80, 100 o más oficios o profesiones posibles, descontados a una cierta tasa, es irreal, cae en la especulación sin contenido. Para verlo con un ejemplo concreto: recientemente la Universidad de Buenos Aires abrió una serie de carreras terciarias (duración aproximada tres años). Entre ellas se cuentan las tecnicaturas en radiología; anestesia; cosmetología facial y corporal; instrumentación quirúrgica; prácticas cardiológicas; además de las carreras de podólogo y calígrafo público. ¿Cómo hace una persona de, digamos, 20 años, para calcular los ingresos futuros esperados –que, a no olvidar, dependerán de las productividades marginales respectivas- en cada una de estas especialidades (y son solo una pequeña muestra de las posibilidades), para compararlos con los costos de cada una de esas preparaciones? ¿En qué planeta ocurre esto? Incluso hay problemas para determinar cuantitativamente la inversión en capital humano. Lo vemos en Schultz, cuando intenta definir la inversión en “capital humano”, como distinta del consumo. Sostiene que los gastos que satisfacen preferencias del consumo y no mejoran la capacidad del trabajador representan “consumo puro”, y no cuentan como inversión. Por otro lado, estarían los gastos que mejoran la capacidad productiva y no satisfacen ninguna preferencia de consumo. Estas son las “inversiones puras”. En el medio se encontrarían las combinaciones entre ambos extremos. En base a esto, ¿cómo medir la “inversión en capital humano”? ¿Cómo medir el producto “educación” para construir la función? Por otra parte, se sostiene que los rendimientos de la educación deben ser decrecientes. ¿Por qué? Y se afirma que los costos de educación deben ser crecientes. ¿Por qué? ¿Por qué, por ejemplo, en la carrera universitaria de Historia el costo de cursar el cuarto año debe ser mayor que el costo de cursar segundo año? Son construcciones irrealistas, disfrazadas de “serias” mediante el abundante uso de las matemáticas. Valor de la fuerza de trabajo y la distinción entre consumo e inversión Carece de sentido distinguir entre “consumo e inversión” en el valor de la fuerza de trabajo. El obrero puede gozar con el consumo de su plato favorito, y ese consumo es productivo en la medida en que mantiene su fuerza de trabajo (y sin el cual no hay conocimiento que valga) y mejora su estado de ánimo. Esto es, el trabajador adquiere bienes que no hacen a su mantención puramente fisiológica, pero son socialmente indispensables para conformar una canasta salarial que lo induzca a producir en condiciones normales. El aspecto histórico – moral del valor de la fuerza de trabajo, destacado por Marx (también por Smith), juega un rol imposible de desconocer. Pero no es registrado por la TCH. Motivaciones en la elección de oficios, profesiones y educación Las decisiones sobre qué estudiar suelen estar dictadas por motivaciones distintas de las que postula la TCH. Por ejemplo, se puede elegir determinada carrera por sentimientos altruistas (trabajo social, docencia, trabajadores de la salud y similares); por razones de prestigio; por afán de realización personal (por ejemplo, el que se dedica al arte). Por otra parte, y más fundamental, es el hecho de que las decisiones de qué estudiar, en qué oficio o especialidad formarse, están crucialmente influenciadas por la demanda de fuerza de trabajo por parte del capital. Así como por las ofertas educativas que propone el Estado, acordes con las necesidades del capital. Esto en el marco de relaciones sociales que preexisten al individuo, y condicionan esas mismas decisiones “Productividad total de los factores” y función de producción En una nota del blog he resumido algunas de las principales críticas a la función de producción neoclásica, y particularmente a la noción de “productividad total de los factores” (aquí). Entre otros asuntos, en esa nota he presentado una explicación (adelantada por Scott, M. (1993): “Explaining Economic Growth”, American Economic Review vol. 83) de por qué, cuando se calcula, en base a la contabilidad nacional, la evolución de la relación capital (físico) / producto, esta tiende a caer. Se debe a una cuestión contable. Es que en las cuentas nacionales el valor del stock de capital disminuye todos los años en determinado porcentaje (por ejemplo, 8%) por el simple hecho de que se tiene en cuenta la amortización y obsolescencia. Pero desde el punto de vista físico, la máquina sigue produciendo la misma cantidad de producto. O sea, todo el problema deriva de la forma en que se mide el stock de capital. Distribución del ingreso Contra lo que dice la TCH, los cambios de largo plazo en la relación Salarios / Producto (o la distribución del ingreso) escasamente dependen de la educación del obrero, ya que son el resultante de muchos factores, tales como la acumulación de capital; la naturaleza del cambio tecnológico; el ciclo económico; la masa y tasa de plusvalía; y la lucha de clases (organización obrera, disposición a la lucha, etcétera). Por ejemplo, un cambio tecnológico que desplaza trabajo vivo presionará a la baja a los salarios y su participación en el ingreso. Si además ese cambio tecnológico eleva la productividad y abarata la canasta salarial, tenderá a elevar la plusvalía (relativa). Aunque ese aumento puede ser frenado o hasta revertido, en la medida en que la clase obrera obligue al capital a ceder parte de la ganancia de productividad, aumentando el salario real. Por otra parte, los ciclos económicos también influyen. Por ejemplo, en la fase de auge y bajo desempleos, la clase obrera puede mejorar su participación en el ingreso. Estas evoluciones entonces deberán estudiarse en cada situación concreta. Lo importante es que la relación lineal que establece la TCH entre mejora de la educación y aumento de la participación de los salarios en el ingreso, no tiene fundamento en la realidad. Por ejemplo, entre mediados de los 1970 y el presente, la participación de los salarios en el ingreso tendió a caer en los países adelantados. Sin embargo, la escolarización se mantuvo, y hasta se elevó. Desde un enfoque marxista, y dado que no se redujo la cantidad de obreros empleados, la caída, en los últimos 45 o 50 años, de la relación salarios / producto en los países capitalistas industrializados debería ser explicada por los factores que le permitieron al capital elevar la tasa de plusvalía. Por ejemplo, la presión de la globalización (movilidad de capitales, aperturas de las economías) sobre las demandas obreras; o la disminución del poder de los sindicatos. División del trabajo y la fuerza de trabajo Inspirados en Adam Smith, los autores de la TCH sostienen que a medida que avanza la división del trabajo aumenta la especialización del trabajador; aumenta la productividad; y aumentan los salarios. De manera que cuando la empresa crece requiere puestos más calificados. El argumento se repite como si fuera algo obvio, pero no es necesariamente cierto. Es que así como la educación y el entrenamiento generan calificaciones que son funcionales al proceso productivo, el proceso productivo también genera descalificaciones de la fuerza de trabajo. Por ejemplo, la manufactura –la división del trabajo en el taller- generó una clase de trabajadores que la industria artesanal excluía, los obreros no calificados. En el caso de estos, los costos de aprendizaje desaparecen casi por completo (véase Marx, p. 426 t. 1 El capital). Conocimiento, poder del trabajador y control del capital Al haber borrado del análisis el carácter antagónico de la relación capital – trabajo, la TCH hace abstracción del proceso real por el cual el capital ha buscado, históricamente, controlar el proceso productivo frente al obrero (en lo que sigue nos basamos en Trabajo y capital monopolista, de Harry Braverman). Ese es el contenido real de la llamada “administración científica” (en la cual el taylorismo marca un hito) y su intento de “aplicar los métodos de la ciencia a los problemas crecientemente complejos del control del trabajo en las empresas capitalistas…” (pp. 106-107). Expresa el punto de vista del capitalista en relación a la administración “de una fuerza de trabajo recalcitrante en un marco de relaciones sociales antagónicas” (p. 107). Son los funcionarios dedicados a “relaciones humanas” y “sicología industrial”, así como los departamentos y academias que “se han ocupado de la selección, entrenamiento, manipulación, pacificación y ajuste de la ‘mano de obra’ que debe seguir los procesos del trabajo organizados en esa forma [los principios de Taylor]” (p. 108). Todo pasa por controlar la fuerza de trabajo. El problema central para el capital: desde los primeros tiempos del capitalismo el oficio, o el trabajo calificado, “era la unidad básica, la célula elemental del proceso de trabajo” (p. 135). En cada oficio el obrero se suponía que era un maestro poseedor de un cuerpo de conocimientos y métodos tradicionales. En los tiempos de Taylor (última mitad del siglo XIX), de esos oficios el más reciente era el de operador de máquinas. En los años 1950 a los 1980, cuando se elaboraba la TCH, los oficios como tornero, fresador, rectificador, balancinero, y similares, a los que se sumaban matriceros, ajustadores, mecánicos y electricistas de mantenimiento, entre otros, eran típicos en las industrias del metal, y demandaban muchos años de preparación. En otras ramas industriales también existían las especializaciones vinculadas al oficio. Lo importante para lo que nos ocupa: ese dominio y conocimiento del oficio daba a los obreros un grado de control de los procesos de trabajo, y poder de negociación. Ante esa situación, lo que buscó el capital fue remover del taller el trabajo cerebral para concentrarlo en los departamentos gerenciales. Según Taylor, citado por Braverman, no había trabajo, simple o complejo, que no pudiera ser estudiado con el objeto de “reunir en manos de la gerencia, cuando menos tanta información como la que posee el obrero” (p. 138). Para esto, el trabajo mental era primero separado del trabajo manual, y luego era subdividido rigurosamente (véase p. 140). Se buscaba así que toda la labor de planeación que hacía el obrero, a partir de su experiencia y conocimiento, pasaba a ser hecho por la gerencia. Esta reunía entonces conocimientos que los obreros ya tenían. Los estudios sistemáticos del trabajo, impulsados por el taylorismo, tenían ese objetivo. Era una forma de avanzar en la “subsunción real” (expresión de Marx) del trabajo al capital. Usando la (absurda) terminología de la TCH, se apuntaba a una “descapitalización del obrero”. Todo el proceso estaba permeado por la oposición entre el capital y el trabajo. La TCH, naturalmente, mira para otro lado. Por supuesto, se puede discutir si el proceso fue tan lineal como lo describe Braverman – así como hay procesos de descalificación de la fuerza de trabajo, también surgen nuevas profesiones u oficios que requieren nuevas cualificaciones. Pero lo importante es que el proceso real, histórico, por el cual el capital incrementa su control sobre el proceso de trabajo, o procura incrementarlo, tiene poco que ver con el relato de la TCH. En este sentido también hay que entender nuevos desarrollos. Las tendencias opuestas hacia la descualificación y la cualificación siguen operando. Por ejemplo, la introducción de las tecnologías informáticas y computacionales reduce trabajos antaño complejos –como el de tornería- a trabajos relativamente simples. Pero, por otra parte, surgen nuevos oficios, como el de programador. En todos los casos, se trata de procesos indudablemente sociales. Tienen poco que ver con los agentes-átomos “libres y optimizadores” que imagina la TCH. Conocimiento y desarrollo El desarrollo no depende de las decisiones individuales acerca de estudiar. Empíricamente ni siquiera está claro que haya una relación directa entre aumento de la educación y aumento de la productividad. Existe una conexión, pero muy mediada. Argentina, por ejemplo, todavía posee un nivel educativo relativamente bueno (al menos a nivel terciario) pero exhibe un desempeño, en materia de desarrollo, muy por debajo del que tienen otros países de la región, con un nivel educativo similar. Por otra parte, la tesis de la llamada economía del conocimiento –la clave del desarrollo sería el conocimiento, sin importar que se carezca de medios de producción “físicos”- tiene problemas. Es que, para avanzar en la mayoría de las ramas productivas son necesarios medios de producción con los cuales sea posible aplicar el conocimiento. Lo muestra la economía de Cuba. Luego de la caída de la URSS el gobierno cubano procuró basar el desarrollo en el conocimiento –por ejemplo, en medicina. Pero no fue exitoso. Sin medios materiales, las limitaciones son insalvables. La idea de que basta tener conocimiento para generar riqueza es una versión de la tesis “basta trabajar para tener riqueza”. En ambos casos se menosprecia el rol de los medios de producción en la generación de la riqueza. A modo de conclusión La TCH es una teoría profundamente reaccionaria. Su mensaje central es que los pobres son pobres porque no se han esperado en estudiar y prepararse. Las diferencias de clase no existen –“todos somos capitalistas”-; el sistema económico es el resultado de las preferencias y gustos de los individuos. Aunque no haya manera de probar que las cosas sean como la TCH dice que son. Por supuesto, la lucha de clases está desaparecida. Todo el planteo es apologético, hasta la médula, del modo de producción capitalista. Para bajar el documento: https://docs.google.com/ |
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