EL ARMAGEDÓN, LOS BÁRBAROS Y LOS HIDROCARBUROS

Por HERNANDO KLEIMANS
4 jinetes del Armagedón
El Armagedón entre nosotros, los terrícolas, tiene ahora dos ingresos: la peste medieval e interminable, que nos confina en nuestras cuevas ni más ni menos que nuestros antepasados del “Decamerón”. El otro ingreso es la invasión de los bárbaros sobre las metrópolis civilizadas, blancas y refinadas. También con reminiscencias de la caída del Imperio Romano.
De repente nos dimos cuenta de nuestra fragilidad como especie. De lo atrapados que estamos dentro de la telaraña cósmica que teje la naturaleza, independientemente de nuestros arrestos inteligentes, científicos, de altas tecnologías.
Para asumir y aceptar esta brutal realidad bastó un virus, invisible, inhallable e inatrapable. Nos cuesta miles de millones de dólares, grandes rebanadas del PIB mundial, descubrir una vacuna que, al menos por este año, nos proteja del “corona”.
Como se trata de algo similar a la gripe, el año que viene habrá que vacunarse de vuelta, con otra valencia apropiada contra una nueva cepa que, sin duda, se presentará. Igual que la gripe a la que tampoco nuestra prepotencia le asigna importancia.
Lo otro no se puede asimilar… Lo otro es la irrupción de grandes nuevas masas, casi ignaras, en la política mundial. Cuando todo parecía estar acomodado y aceptado a pedido de las metrópolis imperialistas (perdón), estas masas bárbaras atentan brutalmente contra el orden establecido, la moral y las buenas costumbres, saquean, incendian y levantan barricadas en respuesta a nuevos episodios de la tradicional violencia policial, o ante otras imposiciones discriminatorias contra las oleadas migratorias.
Ambos ingresos del nuevo Armagedón se funden en un solo y terrible cuadro ante el cual esta civilizada y culta y blanca civilización resulta impotente. Centenares de miles de muertes por un lado, incendios, saqueos y violencia urbana por el otro.
Por todo el mundo. Minniápolis y París y Hong Kong y Siria y Brasil y Libia… Por ahora…
Mientras los cronistas de la época siguen analizando las rencillas cuasi domésticas entre los gobernantes del mundo. Poca es la atención prestada a los motivos profundos de esta erupción volcánica. Al magma que hierve a pocos metros de nuestra superficie. En el marco de un universal conflicto climático que modifica regímenes térmicos, sube mares, cambia vientos, desplaza terremotos y ciclones.
Esta realidad sólo puede asumirse si se asumen sus partes componentes y se las resuelve aceptándolas y adaptándose a ellas, como siempre ha hecho la especie humana, o bien corrigiéndolas, como siempre ha intentado la especie humana…
No es posible exterminar millones de “sobrantes” seres humanos, ni tampoco permitir que lo haga una peste, en el mejor estilo de aquella Europa sombría que inventó las cruzadas para liberarse de las hordas hambrientas que saqueaban su territorio y sus posesiones.
Tampoco es la solución buscar nuevos espacios vitales, tal como lo hicieron hacia finales del siglo XIX los ávidos y nuevos imperialismos europeos. No hay general Mátvei Skóbelev que ate a sus cañones los rebeldes turkmenos para asegurar el dominio zarista sobre Asia Central, las mismas masacres de los estadounidenses en Virginia, atando mujeres indias a estacas para después asesinarlas a hachazos. No hay esclavistas portugueses llevándose barcos de senegaleses o guineanos a las costas americanas.
Hoy el consumo masivo y universal también ha hecho masivo y universal el suministro. Un Presidente estadounidense no puede condenar a una nación al hambre o a la oscuridad, sea esta nación amiga o no. Son seres humanos. Y tampoco puede hacerlo dentro de su propio territorio, pese a blandir la biblia en el brazo alzado.
Se arriesga a que le pase lo que pasó con el Imperio Romano, cuando quiso imponer a sangre y fuego sus productos, usos y costumbres a otros pueblos, tal como lo intentaron infructuosamente los templarios ignominiosamente derrotados por el sultán Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, al que nosotros vulgarizamos como Saladino; o como lo pretendieron los conquistadores con la cruz y la espada en nuestra América.
Los pueblos supieron cómo enfrentarlos y como vencerlos. Primero comenzaron a relacionarse entre sí, comerciando entre ellos y luego, por fin, se unieron para asolar Roma, echar los cruzados al Mediterráneo o cruzar Andes y llanos para retomar el dominio de sus territorios.  Eso es lo que comenzó a ocurrir con los países BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica) que ya comercian entre sí sin el dólar, con la Organización de Cooperación de Shanghai -la llamada OTAN Oriental, que ya realiza propias maniobras militares sin permitirle el ingreso a los Estados Unidos-; o con los países expulsados del paraíso como Cuba, Venezuela o Irán, que se permiten traficar petróleo en las narices de la otrora omnipotente y omnipresente flota de Washington DC, sin que esta se atreva a disparar siquiera una salva de fogue o…
Más aún: ni siquiera pueden continuar con la hegemonía atlántica imponiendo el suministro de sus hidrocarburos en el Viejo Continente. Los europeos han desarrollado sus propias ideas respecto del comercio y prefieren el seguro y barato gas de Siberia, al sofisticado y carísimo LNG estadounidense para recibir el cual deben construir complicadas estructuras portuarias.
Y cuando Trump intenta a golpe de sanciones y amenazas detener el tendido del “Nord Stream 2” desde el norte siberiano hasta el corazón alemán y el país galo, Emmanuel Macron propone la creación de una fuerza armada europea independiente y Angela Merkel anuncia enormes gravámenes impositivos para ese LNG estadounidense.
Boris Johnson se pliega a estos planteos de sus colegas continentales y el italiano Giuseppe Conte junto con el griego Kiriakos Mitsotakis, al margen de sus grandes divergencias políticas, se unen a sus colegas balcánicos para confirmar el tendido del  “South Stream” también ruso.
Hasta los propios enardecidos dirigentes polacos y bálticos junto con los ucranianos bajan los decibeles anti-rusos y se avienen a negociar con el gigante Gazprom porque a la fuerza ahorcan y el frío aprieta.
Mientras Rusia y China ejercitan una unión cada vez más estratégica y el “camino de la seda” deja de ser un mito histórico para convertirse en una determinante histórica.
Los heroicos seals estadounidenses no pueden acometer ninguna misión salvadora ni en el Medio Oriente, ni en el Bósforo, ni en Asia Central, ni en el Ártico, ni en el Caribe… La fuerza pretoriana, la vieja guardia imperial de Roma, fue la primera en ser derrotada por estos pueblos bárbaros que, entre otras cosas, les impusieron a los patricios imperiales la abolición de la esclavitud y, por ende, el crecimiento cualitativo de las economías de aquellas periferias “salvajes”.
Nada pudo impedir que esos pueblos bárbaros inundaran el imperio y se asentaran en él. Los íberos de la Gruzia asiática (la actual Georgia del Mar Negro) fueron los íberos de la Penísula pirenaica. Los moros asentaron su adelantada civilización en el sur español.
Y de nada valió que Washington DC lanzara su anatema contra Rusia y contra China. No sólo no hubo ningún arrepentimiento. No hubo ningún “viaje a Canossa” con la cabeza cubierta de ceniza. Ni siquiera una aceptación a asistir al G-7 de Trump, el redil de donde fueron expulsadas o ignoradas, hace años. El Kremlin coincidió con el Presidente estadounidense en la calificación del G-7 como obsoleto y anunció formalmente su inclinación por el G-20 donde los BRICS, casi la mitad de la economía mundial, son hegemónicos.
Así pues, en una nueva vuelta dialéctica de la historia, las “periferias” se consolidaron y se transformaron en hegemónicas del desarrollo mundial, y las metrópolis siguen temblando, conmocionadas por sus propias contradicciones.
Es en este nuevo orden multipolar, donde los histrionismos y despotismos imperiales van siendo reemplazados por acuerdos y consensos, por acciones conjuntas, por cooperación y solidaridad, adonde apunta la salida del Armagedón: el respeto por la vida humana, el goce equivalente del mundo, la superación de atavismos, empecinamientos y egolatrías.
La única manera de superar la peste… O la muerte. El “silencio ulterior” hamletiano…

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