MACROFINANCE: GRADUALISMO AL REVÉS
Este “gradualismo al revés” que no funciona puede resumirse en ocho números redondos y acuciantes.
El árbol: en tres aspectos esenciales de la macroeconomía, inflación, déficit y crecimiento, la Argentina de hoy es igual a la de CFK pero con un agravante sobresaliente, enorme aceleración en el nivel de endeudamiento.
Padecemos un modelo paradójico donde el crecimiento resulta “invisible” al mismo tiempo que observamos deuda en todos los frentes.
La prioridad de este gobierno debió haber sido tender al equilibrio del déficit primario desde el minuto cero, el sendero fiscal escogido ciertamente no era el único posible como nos vienen relatando. Resulta esencial que se entienda que la insuficiente corrección fiscal pone toda la carga de la convergencia en el crecimiento económico y si el mismo no se da, nos espera un mediano plazo bien conocido y sumamente gris. Lo no hecho ya condicionó todo lo que se haga porque en el “no hacer” se incubó una perversa y estrangulante dinámica de intereses por endeudamiento externo, precisamente, la cara más oscura de este gradualismo al revés.
Tenemos un serio y enorme problema frente a nosotros como para que desde el oficialismo se proclame el “fin de lo peor”. Cuanto más lento seamos en la corrección fiscal, mayor será lo que deberemos rebotar hacia la convergencia para neutralizar una creciente carga de intereses, lo cual lo convierte en un escenario sumamente improbable. La pasividad del equipo económico es totalmente inconsistente con las urgencias actuales de nuestra nación.
Me contaron incluso, que de economía se encargaría un “dream team”, un conjunto de almas brillantes como nunca habíamos tenido en esta tierra criolla, un lujo amarillo sin precedentes. Lo cierto es, que en vez de un sueño, este gradualismo sin respuestas se ha convertido en una interminable pesadilla incapaz de resolver un solo problema relevante y en una máquina infalible de emitir deuda. Parecería que “el crecimiento explosivo”, “la lluvia de inversiones” y “la desinflación rápida”, no se han dado y a cambio, sólo observamos un gigantesco stock de deuda externa y un equipo económico que ante la elocuente ausencia de resultados dedica su tiempo a la crítica de la sublime filosofía liberal.
Existe la probabilidad concreta de que lo peor ni siquiera haya comenzado, lo cual no implica un drama inminente, pero sí la urgencia de encarar una reforma fiscal y estructural en serio hoy mismo.
Primero, en 2015 la inflación CFK fue 25%, en 2017 la inflación MM fue 25%.
Segundo, el déficit financiero CFK fue en 2015 6%, el déficit financiero MM en 2017 fue 6%.
Tercero, el PBI per cápita MM 2017 es inferior al PBI per cápita CFK 2015.
Cuarto, el endeudamiento externo bajo MM creció en más de 100.000 millones de dólares.
Quinto, el stock de Lebacs, la contracara de la desinflación que no fue, creció a 55.000 millones de dólares.
Sexto, el estado argentino, fuente esencial de todos nuestros males, sigue siendo tan gigante e improductivo en 2017 como en 2015.
Séptimo, la presión tributaria asfixia al ciudadano común como en los tiempos K.
Octavo, el déficit externo es 4% del PBI generando un drenaje permanente de dólares.
Todos los capítulos de nuestra historia en donde subestimamos una coyuntura simultánea de déficit fiscal y externo como el actual, resultaron devastadores y aquí estamos otra vez, apostando a la fe, a la esperanza y a los timbreos.
Tiempo de tomar la pérdida y hacer otra cosa. En este contexto en donde las buenas noticias no abundan me preocupa un mensaje oficialista que busca relajar a una sociedad cuando lo que habría que hacer es contarle la pura verdad y prepararla entonces, para un nivel de concientización histórico. Como ciudadano pagador de impuestos que vio colapsar a esta república una y otra vez bajo el lema “estamos mal pero vamos bien”, tengo el derecho a desconfiar y a exigir por lo tanto, contundencia y abandono de la herencia K como una excusa redundante. A este ritmo, llegará el 2050 y seguiremos esperando el rebote del “segundo semestre”. El relato oficial de que “lo que se hace es lo mejor y único posible” es sumamente incorrecto. Lo cierto es que los escasos avances de la economía argentina nos describen una coyuntura que lamentablemente no se diferencia demasiado a la de CFK, pero con dos nuevas y enormes luces rojas: 1) un endeudamiento externo que en solo dos años se incrementó en 20% del PBI, incluyendo nación y provincias, 2) Lebacs del BCRA que ascienden actualmente a 11% del PBI. Me quedo con la amarga sensación de que nos hemos endeudado muchísimo a cambio de muy poco y la distraída sociedad argentina no es consciente de esta patología que se viene exponenciando. El incremento del endeudamiento externo hacia el 2019 podría llegar fácilmente a 160.000 millones de dólares. Sólo este stock de nueva deuda generaría en concepto de intereses 9.600 millones de dólares por año, lo que representaría el 50% de nuestro déficit primario actual. A menos que crezcamos a tasas chinas, todo avance en la reducción del déficit primario se lo terminarán comiendo los intereses, de ahí que no solo importaba la dirección de la corrección fiscal, sino también la velocidad. La lentitud, poca audacia y parsimonia, terminaron siendo estrepitosamente costosas para la Argentina de hoy. En estos dos años se subestimó permanentemente el escasísimo tiempo que teníamos. A la luz de los datos, resulta evidente que este gradualismo no funciona, cuanto antes tomemos la pérdida menores serán los costos, hay que subir inmediatamente tres cambios o probablemente seremos boleta.
El crecimiento invisible y la frustración del no cambio. Para un oficialismo que en tiempo electoral me prometió que venía a cambiar la esencia de la república, los resultados al día de hoy son abultadamente decepcionantes. Sin generar caos social pudimos haber sido mucho más agresivos a nivel fiscal y con ello pudimos aumentar la probabilidad de una convergencia exitosa que hoy enfrenta enormes dudas. No corregir más rápido nos está haciendo endeudar a razón de 30.000 millones de dólares por año, lo cual nos ha convertido en uno de los mercados emergentes más vulnerables ante el nuevo ciclo ascendente de tasas en USA. Aun suponiendo que las metas fiscales por los próximos años no sigan el mismo destino que las incumplidas metas inflacionarias, quedamos expuestos a que los intereses de la deuda neutralicen todo avance, de ahí lo importante de haber reducido más rápido el déficit primario.
Contando la historia completa: la reducción de déficit fiscal primario es secundaria, lo que importa es el déficit financiero. Sin crecimiento sostenido por muchos años este modelo no converge y nos lleva a un destino único y muy familiar: estrangulamiento externo. Parecería que los economistas de la platea conservan una cualidad olvidada por el “dream team” del oficialismo, la suma y la resta, y enfatizan por lo tanto el único renglón que totaliza todo: el déficit financiero. El gobierno viene anunciando metas de reducción sobre un renglón intermedio, el déficit primario, lo que verdaderamente importa es el renglón final, déficit financiero, y el mismo en vez de reducirse mostrará en los próximos años una clara tendencia a la suba, fruto de un endeudamiento creciente y tasas internacionales más altas. Noto a un gobierno muy ansioso en comunicarle a la sociedad su poco ambicioso plan de reducción de déficit primario, al mismo tiempo que lo percibo convenientemente olvidadizo en explicarle a los argentinos el engrosamiento en el déficit financiero, fruto de la carga de intereses. El mercado internacional comenzó también a concentrarse en esta medida de déficit al momento de evaluar a los ahora, castigados bonos largos argentinos. Una porción de la ciudadanía que votó a este gobierno esperaba una baja en la carga tributaria, aspecto que lamentablemente no se dio, la presión impositiva para muchos es superior incluso que con CFK, en particular, después de las insuficientes reformas de diciembre. Imaginar crecer sostenidamente con semejante presión no sólo para individuos sino para el sector Pyme, se hace sumamente improbable. Sin crecimiento fuerte por mucho tiempo esto que hoy tenemos como sistema económico no cierra y con nuestras formidables distorsiones tributarias y microeconómicas se me hace muy difícil imaginar una Argentina que pueda desarrollarse en la magnitud, permanencia y contundencia que precisamos.
¿Se pudo haber hecho otra cosa? Por supuesto que sí. A modo enunciativo no más, la baja de gasto en subsidios lo financió el sector privado a fuerza de suba de tarifas y el gobierno ya se lo gastó en otra cosa, esta sola decisión podría haber reducido el déficit primario en 1.50% del PBI. El gasto en obra pública representa 2.50% del PBI, podríamos haber intentado financiación privada en forma más agresiva, aquí también podríamos habernos ahorrado digamos, 1% del PBI.
Primero, en 2015, el déficit primario era 4% del PBI y los subsidios ascendían a 4.30% del PBI o sea, la sola reducción de los mismos nos dejaba con presupuesto equilibrado. En 2017 el déficit primario sigue siendo 4% del PBI pero sin embargo, los subsidios son ahora sólo 2.20% del PBI.
Segundo, las metas fiscales originales representaban un déficit primario que sumando 2017, 2018 y 2019 ascendía a 5.40% del PBI. Sin embargo, dichas metas se alteraron, implicando que sumando ahora 2017, 2018 y 2019 llegamos a 9.60% del PBI.
Tercero, con respecto al 2015 el gasto se redujo en 2.4% del PBI (salarios, subsidios y obra pública), dicha disminución se redireccionó al aumento de otros gastos (jubilaciones, intereses de deuda, transferencias a provincias y planes sociales). Para un mundo que empezó a subir tasas nuestro tiempo no es eterno, reducir cuanto antes nuestros rojos resultaba indispensable y no sé si ahora queda margen. Lo que me preocupa es que la lentitud hacia el equilibrio primario genera dos efectos contundentemente adversos:
1) sobrecarga de intereses que pueden hasta neutralizar todo avance en el déficit primario,
2) se maximiza la dependencia hacia un crecimiento sustancial y sostenido lo cual es imposible de conseguir para la Argentina microeconómicamente inviable en la que vivimos y que no nos animamos a transformar.
by Germán Fermo.
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