ROLANDO ASTARITA: MODERNIZACIÓN CRECIENTE Y SALARIO

En la nota anterior (aquí) sostuve que no es posible abstraer, en la sociedad capitalista, el valor de la fuerza de trabajo de la lógica de la ganancia. Esto se debe, en lo esencial, a que las leyes objetivas del capitalismo tienden a imponerse inevitablemente, en tanto permanezca la propiedad privada del capital. Esta es la idea central contenida en la nota citada.
Ahora amplío la cuestión diciendo que estas leyes no solo explican cómo funciona el sistema capitalista –por ejemplo, cómo y por qué el capital se apropia de la plusvalía- sino también dan cuenta de su dinámica, de sus tendencias de largo plazo. En particular, permiten entender la evolución del sistema capitalista como un proceso “histórico natural” (véase, por ejemplo, Lenin, “¿Quiénes son los ‘amigos del pueblo’?”, Obras Completas, pp. 176-7, t. 1, Cartago). Por “natural” Marx significa que se trata de un proceso que los seres humanos no dominan conscientemente (véase, por ejemplo, El Capital, p. 92, Nota, t. 1, edición Siglo XXI); y está sujeto a leyes. Por caso, es una ley del movimiento de la sociedad capitalista la tendencia a la concentración y centralización del capital; o el impulso al reemplazo del trabajo humano por la máquina. Y también es una ley del movimiento del capital la tendencia a la generalización de la producción capitalista de mercancías. Esto significa no solo que las actividades económicas están afectadas por la lógica de la ganancia, sino también que esta se impone con más y más fuerza en todas las esferas.
Esta tendencia se manifiesta, entre otros fenómenos, en la proletarización creciente de capas sociales que antiguamente pertenecían a la pequeña burguesía. Por ejemplo, el médico que atendía en un consultorio de su propiedad, y que ahora trabaja como asalariado en un hospital privado; o el abogado que poseía su buffet, y ahora está empleado en un gran estudio de abogados; o el pequeño propietario del colectivo (autobuses), que es fagocitado por la gran empresa capitalista, y pasa a ser asalariado de la misma. Asociada a esta extensión de la relación capital trabajo, opera la creciente producción de la salud o la enseñanza en tanto mercancías producidas según el criterio del lucro. Lo mismo ocurre con productos (por ejemplo, comidas preparadas) o actividades (por ejemplo, lavado de ropa) que se realizaban en el hogar, y que han pasado a ser producidas en masa por empresas capitalistas, a la par que aumenta la feminización de la fuerza laboral subsumida al capital.
Bajo la misma óptica debe entenderse la creciente subordinación de las empresas del capitalismo de Estado a la lógica de la competencia y de la valorización. Esta última incluso es puesta bajo escrutinio con las cotizaciones bursátiles de las empresas estatales. Y aquí no importa que esos productos sean o no sean esenciales para el bienestar de la población. El sistema capitalista tiene como meta la producción acrecentada de valor, independientemente del valor de uso que se produzca. Al capital le da lo mismo ganar dinero produciendo biblias o calefones.
Pero por eso también la producción de la salud y la educación públicas y gratuitas es administrada cada vez más siguiendo criterios de eficiencia, esto es, de ahorro de costos. La provisión de estos servicios históricamente abarató la producción de fuerza de trabajo para el capital de conjunto (además de actuar como elemento de cooptación y apaciguamiento social; véase aquí). Pero son pagados con impuestos –o sea, con plusvalía- y por eso mismo el capital exige que su producción se rija por los mismos criterios (o peores) que se aplican en la educación o la salud privadas. Más aún, hasta en las obras sociales administradas por la burocracia sindical se generalizan formas de trabajo que buscan producir la mercancía “salud” con el mismo criterio con que opera cualquier empresa capitalista del ramo.
Todo indica entonces que la lógica de la producción mercantil capitalista penetra por todos los poros. Es un universal que impone a los particulares las restricciones asociadas a la valorización del valor. Por eso es imposible generar islas de socialismo en algunas actividades particulares. No lo pudieron lograr los viejos falansterios comunistas del siglo XIX, menos lo podrán lograr los reformadores sociales del siglo XXI, en un contexto de capital globalizado, por más cargos legislativos que ostenten, y por más buena voluntad que pongan en el asunto.
Teniendo en cuenta lo anterior, los marxistas no alentamos esperanzas en que sea posible un capitalismo donde la producción no esté gobernada por el lucro. Y agregamos que esta circunstancia atraviesa toda la cuestión del valor de la fuerza de trabajo. Las leyes del salario, como demostró Marx, son complejas –dependen, entre otros factores, del desarrollo de las fuerzas productivas, del estadio del ciclo económico, de la relación de fuerzas entre las clases- y no pueden ser alteradas arbitrariamente con alquimia legislativa. No se trata de malas o buenas personas, ni de inmorales (buscan el lucro) versus “señores con principios morales” (mean agua bendita y no les importa la ganancia). Por eso también los males de la clase obrera no se resuelven cambiando a Fulano, que es amigo del capitalista X, por Zutano, que es amigo de la sociedad protectora de animales del barrio. Los problemas son sistémicos. Es lo que explicaba Marx en el Prólogo a la primera edición de El Capital:
“No pinto de color de rosa, por cierto, las figuras del capitalista y el terrateniente. Pero aquí solo se trata de personas en la medida en que son la personificación de categorías económicas, portadores de determinadas relaciones e intereses de clase. Mi punto de vista, con arreglo al cual concibo como proceso de historia natural el desarrollo de la formación económico-social, menos que ningún otro podría responsabilizar al individuo por relaciones de las cuales él sigue siendo socialmente una creatura por más que subjetivamente pueda elevarse sobre las mismas” (p. 8).
Se trata de una cuestión crucial en la lucha por la independencia de clase, esto es, por la ruptura ideológica y política de la clase obrera con los partidos defensores del capital.

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