Cuando Lanusse creyó que a Perón "no le daba el cuero" para volver
El general Alejandro Lanusse retrocedía por los malos datos económicos, por las movilizaciones populares y porque Juan Perón quería poner fin a su largo exilio. Argentina llevaba seis años de dictadura y el poder se manejaba como un cuartel.
Por esos días, Lanusse decía al corresponsal del New York Times: "La Argentina es un país que debe ser gobernado como se trata a los caballos en el ejército: firmemente, pero sin demasiada dureza".
En julio de 1972, se estrenaba El padrino en Buenos Aires. La película de Francis Ford Coppola, con Marlon Brando, Al Pacino y Diane Keaton hizo que muchos pensaran que los humanos merecían algo mejor que las muertes mafiosas o ser tratados como equinos.
En aquel gélido invierno, Lanusse puso en marcha un plan de dos meses destinado a dejar a Perón al borde del abismo. El viernes 7 anunció que no podría ser candidato a Presidente quien estuviera fuera del país: el plazo vencía el 24 de agosto. Sin cronograma electoral siquiera, la medida era un desafío abierto: o Perón adelantaba su regreso o quedaba excluido de la contienda electoral.
La Junta Militar ya había redactado una reforma a la Constitución para acomodar los comicios a su conveniencia. Aunque parezca grotesco, la Carta Magna -violentada desde junio de 1966 por sucesivos dictadores- iba a ser modificada por quienes la desconocieron. Se sabe, solo una Asamblea Constituyente, surgida de las urnas puede cambiar la Constitución.
Los militares decidieron establecer una segunda vuelta electoral, con la creencia de que algún candidato designado por Perón no llegaría al 50 por ciento más un voto en un ballotage. Además reducían el mandato presidencial de seis a cuatro años y también hacía desaparecer el Colegio Electoral: los ciudadanos votarían a sus representantes de modo directo, tal como ahora sucede.
Lanusse previó anunciar esas reformas a fines de agosto. Antes iba a "mojarle la oreja" a Perón: quería que el centro de la escena fuera entre dos generales, uno en plena salud y otro achacado por los años y una salud precaria.
Por esos días se había destapado que Lanusse había establecido contactos secretos con Perón a través de un hombre de su confianza, el coronel Francisco Cornicelli, a quien Perón llamaba "el coronel Vermicelli". Eso sembró desconfianza en muchos uniformados.
Lanusse, para conjurarla, decidió dar un discurso duro en el Colegio Militar, desafiando a Perón, el hombre que le quitaba el sueño desde hacía tantísimos años. Quizá desde 1951, cuando Lanusse, siendo capitán, se sumó al intento de golpe de Estado encabezado por el general Luciano Menéndez. Ese intento fracasó y Lanusse, como tantos otros, terminaron presos hasta que los liberó el golpe de Estado de septiembre de 1955.
En algún sentido era su enemigo íntimo. Pero Lanusse no tenía noción de la diferencia de poder que había entre ambos: él encabezaba un gobierno de facto en retirada y la figura de Perón crecía, aunque estuviera a miles de kilómetros de distancia y no tuviera a nadie en el Estado.
"No le da el cuero"
El jueves 27 de julio, ante un auditorio solo de hombres, donde abundaban la gomina, los bigotes bien recortados y los ceños fruncidos, Lanusse fue el único orador.
-Nadie puede dudar de que Perón es una realidad que juega un papel singular –dijo como verdad de perogrullo, para luego advertir que debían buscar las soluciones necesarias y adecuadas.
Sus palabras se pusieron más confusas para los uniformados cuando usó metáforas para referirse a Perón:
–Mi gobierno debe enfrentar al mito con realidad y de frente. No se crearon argucias rebuscadas para marginarlo, sino que, por el contrario, se lo trató y se lo trata de poner en el tiempo y en el espacio, dándole iguales posibilidades que a todos los argentinos.
Luego fue al grano y se despachó con que la vigencia de Perón se debía a tres banderas:
-El cadáver de la señora María Eva Duarte de Perón, el retorno de Perón y que a Perón se lo estaba trampeando.
A renglón seguido, lanzó el primer dardo envenenado:
-Los restos de la señora María Eva Duarte de Perón han dejado de ser bandera mitológica (…) Porque desde el año pasado los restos de la señora de Perón fueron puestos a disposición de Juan Domingo Perón. ¿Y dónde los tiene hoy? Donde no se anima a sacarlos; en la misma casa donde vive con su tercera mujer.
Eso era un bombazo: el día anterior, 26 de julio, se habían cumplido exactamente dos décadas de la muerte de Evita. Con su metro ochenta y cinco, sus estrellas de teniente general y la voz tronante, Lanusse siguió la carga de caballería:
-¿Por qué digo que no se anima a sacar los restos de allí? Porque sabe bien -y esto es también subjetivo de mi parte- que si los saca de ese mismo recinto, corre el riesgo de que la peregrinación a Madrid no se termine en la quinta 17 de Octubre sino en el lugar donde estén los restos de la señora.
Tomó unos segundos para respirar y se despachó con la frase más fuerte:
-El famoso retorno de Perón. Señores: o regresa antes del 25 de agosto o tendrá que buscarse un buen pretexto para mantener el mito de su eventual e hipotético retorno. En mi fuero íntimo, diré que a Perón no le da el cuero para venir.
Lanusse habló un rato más. En pocos días se vería el efecto de aquel encendido discurso en el Colegio Militar.
Los muertos que vos matáis
Perón había llegado a España en 1960, con 65 años, después de peregrinar por varios países latinoamericanos. Estaba bastante achacado de salud y al tiempo se puso en manos de Antonio Puigvert, quien en 1964 lo había operado de la próstata. El prestigioso urólogo catalán le había extraído varios tumores benignos.
Sin embargo, Perón debió trasladarse muchas veces desde Madrid a Barcelona: tenía infecciones recurrentes. En abril de 1970, fue sometido a una segunda cirugía. En aquella oportunidad, la Fundación Puigvert se pobló de cronistas. Uno de ellos, Bernardo Guillén, montó guardia durante varios días y su nota, publicada en Buenos Aires, solo pudo sacarle a Puigvert que "le había realizado una pequeña cistoscopía (observación de la vejiga) y le extraje un pequeño calculito". Sin embargo, el periodista consignó que le habían extirpado un tumor.
Las usinas de rumores corrieron a toda velocidad: Perón debía tener cáncer. Tan fuertes fueron las versiones que, unos meses después, Periscopio consignaba un artículo del periodista Gregorio Selser publicado en el semanario uruguayo Marcha –y reproducido por Associated Press- en el que decía: "Hoy, 10 de septiembre, ha muerto el general Perón".
Para dar veracidad, Selser agregaba, según Periscopio, que "el Viejo se extinguió lenta y dolorosamente como ocurre con los enfermos de cáncer prostático generalizado".
Por supuesto, Perón volvió a Madrid, con una salud precaria pero con un aspecto razonable y la cabeza despejada para recibir a los cientos de peronistas que viajaban a Puerta de Hierro.
Entre tanto, se tejieron versiones de todo tipo respecto de cómo el propio Perón habría hecho llegar a los militares que la Parca podía visitarlo en cualquier momento.En criollo y en sentido literal, "que no le daba el cuero". La realidad y las noticias intoxicadas se cruzaban en un juego macabro.
El peronismo gozaba de buena salud
Al día siguiente que Lanusse daba su discurso en el Colegio Militar, la Juventud Peronista (JP) hacía su primer acto masivo, hasta entonces, los actos eran prohibidos y se cruzaban las pancartas y las bombas molotov con los gases lacrimógenos y las balas de verdad.
El sábado 28 de julio, el estadio de Nueva Chicago fue colmado. Los de la JP habían llegado a Mataderos aunque primero habían intentado hacerlo en el Luna Park: Tito Lectoure, presionado por el gobierno, terminó por negarse.
Fue Paulino Niembro, dirigente metalúrgico de origen vandorista y padre del periodista Fernando Niembro, quien ofreció la cancha del club que presidía. El acto fue para conmemorar los 20 años de la muerte de Eva. Empezó con un minuto de silencio "en memoria de la compañera Evita y todos los caídos en la lucha por la liberación". Después, los 15 mil cantaron el Himno y gritaron muy fuerte los últimos versos, saltando y revoleando brazos:
-Coronados de gloria vivamos…/ ¡O juremos con gloria morir!/ ¡O juremos con gloria morir!/ ¡O juremos con gloria morir!
Y enseguida la Marcha peronista, antes de que empezaran a hablar los oradores:
-…y por eso, es necesario organizar comandos de defensa para proteger al General cuando retorne a la Argentina, pero en la fecha que él y su pueblo decidan…
Dijo Mario Hernández, de la Asociación de Abogados Peronistas, y las tribunas contestaban:
-¡Fap, Far y Montoneros/ son nuestros compañeros!
En la tarima, Hernández seguía con su discurso:
-…porque Lanusse, ese compadrito de club nocturno, ha desafiado al pueblo peronista. Que sepa Lanusse que si él tiene fusiles, Perón tendrá miles de pechos peronistas…
-¡Aquí están, estos son/ los fusiles de Perón!
En la tarima, otro abogado, Rodolfo Ortega Peña, usaba metáforas futboleras:
–Lanusse actúa como Didí en River. Se pasa casi todo el tiempo explicando sus derrotas. Pero acá ya no hay tiempo suplementario. Estamos en el segundo tiempo y vamos ganando seis a cero. A Lanusse le podría caber el título que Perón le explicaba a Braden que otorgan los argentinos a los que venden el país al extranjero: ¡hijo de puta!
-Qué lindo, qué lindo, qué lindo que va a ser/ Lanusse bajo tierra/ Perón en el poder.
Otra de las consignas coreadas aquel sábado fue:
-Lanusse, marmota/ Perón va a venir cuando le canten las pelotas.
Galimberti, el delegado
Al día siguiente del acto de Nueva Chicago, Primera Plana entrevistó a Rodolfo Galimberti, que acaba de volver de Madrid, donde Perón le había renovado su confianza como su delegado para la Juventud: "Después de 17 años de lucha, en la que se pasó por distintas experiencias, nosotros sabemos que nuestra mayor fuerza es el número, y que en cualquier elección estamos en condiciones de demostrar que somos la inmensa mayoría del pueblo argentino. Pero con esto no alcanza, estamos absolutamente hartos y esta hartura ha asumido forma de conciencia política. Acá el retorno de Perón no se resuelve mediante el voto. Esto sólo se garantiza mediante las luchas del pueblo e indudablemente por las formas más orgánicas y radicalizadas que asumen estas luchas. En una palabra, por la única garantía posible, que es la constitución de un poder militar popular", dijo.
En Madrid, Perón le había dado a Galimberti una carta dirigida a los grupos universitarios de la Juventud Peronista, donde les decía que "quiero hacerles llegar mi encomio más sincero por la labor que desarrollan y por la forma inteligente en que la realizan. También considero acertado tanto los métodos de la movilización como las funciones que prevén para la ejecución de la Guerra Revolucionaria en que estamos empeñados, frente a una dictadura militar contumaz en sus propósitos de la entrega…"
Al contrario de lo que Lanusse había supuesto – o le habían hecho creer -, Perón estaba listo para volver.
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