ARGENTINA: EL DÉFICIT FISCAL SE FINANCIA CON PÉRDIDA DE RESERVAS.
Informe de Economía &
Regiones
Nuestro país atraviesa una crisis cambiaria en la que el BCRA está registrando una sostenida y creciente pérdida de reservas como consecuencia de intentar mantener un tipo decambio fijo o cuasi fijo (con pequeñas devaluaciones) y a la vez el gobierno sostiene una política fiscal excesivamente expansiva financiada con emisión.
Nuestro país atraviesa una crisis cambiaria en la que el BCRA está registrando una sostenida y creciente pérdida de reservas como consecuencia de intentar mantener un tipo decambio fijo o cuasi fijo (con pequeñas devaluaciones) y a la vez el gobierno sostiene una política fiscal excesivamente expansiva financiada con emisión.
De esta manera el BCRA emite para financiar el exceso de gasto
monetizando el déficit fiscal, esa emisión genera un exceso de oferta en
el mercado de dinero, el público percibe que “sobran pesos” y se desprende de ellos demandando divisas y corriendo contra las reservas internacionales.
En resumen, el déficit fiscal se financia con pérdida de reservas y, por ende, a mayor déficit mayor pérdida de reservas.
De no mediar ninguna corrección, la pérdida de reservas continuará “de la mano” del
déficit fiscal, cayendo hasta un nivel mínimo a partir del cual la
agudización del ataque especulativo exigirá la depreciación y luego
liberación del tipo de cambio.
Con la liberación del tipo de cambio las reservas dejarán de caer
y será el shock inflacionario el que licúe el exceso de gasto y el
déficit fiscal. Este es el ajuste “por las malas”, el tipo de ajuste que hace el sistema económico cuando los políticos no están dispuestos a hacerlo previamente.
Todo este enfoque, cuyo pionero es Paul Krugman,
describe perfectamente lo que sucede actualmente en Argentina y muestra
también lo que muy probablemente acontecerá si no enderezamos el rumbo
con un cambio de política económica.
El gobierno puede elegir entre hacer el “ajuste por las buenas”,
que implicaría reducir o eliminar el déficit fiscal y así abortar el
drenaje de dólares o, por el contrario, seguir monetizando el déficit y
dejar que la crisis haga el “ajuste por las malas”.
Cualquier estrategia de ajuste aislado e incompleto le permitirá al
gobierno ganar tiempo, postergando la decisión de hacer la corrección
necesaria a costa de empeorar el “desenlace por la malas”.
Este último escenario no sólo es fuertemente recesivo, sino que
también es socialmente inequitativo ya que habrá un fuerte deterioro del
poder adquisitivo de los salarios y las jubilaciones.
En pocas palabras, el gobierno enfrenta la encrucijada de
hacer el ajuste o dejar que la crisis lo haga licuando gastos y
déficit.
Luego a modo de ejercicio intentamos medir los escenarios
posibles, dado que resulta fundamental computar los costos que
cada ajuste genera en términos de nivel de actividad, salario,
inflación y empleo.
Nuestra hipótesis es que el “ajuste por las buenas” (como
su nombre lo anticipa) es sustancialmente menos dañino para nuestra
economía en términos de nivel de actividad, salario real y
empleo que cualquier otra alternativa.
“Ajuste por las malas”
El ajuste “por las malas” es el escenario resultante de no cambiar las actuales políticas económicas, sino potenciarlas.
Suponemos que el gobierno continúa y acentúa (como viene haciendo
año tras año) su política fiscal desmedidamente expansiva, acrecentando
el déficit. A mayor déficit, mayor dominancia fiscal.
El Tesoro sigue financiando el exceso de gasto público con emisión,
que se traduce en pérdida de reservas creciente hasta que dicha pérdida
se torna insostenible y el Central libera el tipo de cambio forjando
una nueva devaluación brusca.
En la actualidad el gasto público representa el 37% del PBI. En la
estructura de gasto público se destaca el peso de las jubilaciones (27%
del gasto y 10% del PBI), la coparticipación (22% del gasto y 8% del
PBI), las partidas destinadas a subsidios económicos, tales como la
energía y el transporte
(13% del gasto y el 4.8% PBI) y los salarios (10% del gasto y el 3.7%
PBI). Cada componente tiene distinto grado de elasticidad frente a la
devaluación y es más o menos difícil de ajustar a la baja.
De todos modos, en este escenario, el gasto total se incrementa
cerca del 54% en promedio dado que si bien la mayoría de las partidas
percibe incrementos nominales cercanos al 35% anual, el impacto
de la devaluación encarece los subsidios económicos (energía importada)
haciendo que esta partida de gasto aumente un 132% en términos
nominales.
Para entender esta fuerte elasticidad del gasto en subsidios
económicos con respecto a la devaluación, hay que recordar que
actualmente el gasto agregado en energía es financiado en un 67% por el
Estado y en un 33% por el sector privado. Esto quiere decir que cada
$100 de gasto en energía, el sector público nacional (SPN) pagaba $67 y
los privados $33.
Pero como el precio de la energía es valuado en dólares, si el
tipo de cambio se deprecia un 50%, la misma cantidad de energía que
antes costaba $100 ahora pasará a costar $150.
Sin embargo, sin aumento de tarifa y sin cambios en los niveles de
consumo, el sector privado seguirá pagando $33, pero el sector público
tendrá que pagar $117 (los $67 de antes más el encarecimiento
de $50 producto de la devaluación).
Volviendo al resto de las partidas del gasto, los salarios del
sector público y las jubilaciones aumentarían un 35% y un 30% anual
respectivamente, dado que las paritarias y acuerdos se cerrarían antes
del ajuste de precios.
Otras partidas más ligadas a la “nominalidad” de la economía como la coparticipación (+70%), las erogaciones de bienes y servicios (+60%) también presentarían aumentos por encima del promedio (+54%).
A medida que se financia este aumento del gasto con
reservas se van vaciando las arcas del Central. En un momento del tiempo
la autoridad monetaria decidirá dejar de perder reservas y liberará el
tipo de cambio. En nuestro escenario, suponemos que se
depreciaría un 62% adicional y alcanzaría los $13.
De modo que la devaluación del año acumulada se ubicaría en torno a
105% (97% en promedio). Cabe destacarse, que cuánto más tarde el salto
devaluatorio en producirse, más fuerte será la devaluación. Una
depreciación como ésta, induce un aumento de precios del 90% para todo
el año, con un coeficiente implícito de “pass through” de 86%.
¿Por qué?
Porque cuánto más tarde ser produzca, más pesos y menos reservas habrá.
El avance inflacionario (90%) provocaría una significativa
licuación del gasto de modo que el cociente entre las erogaciones
totales y el PBI caerían al 32%; con un ajuste fiscal implícito del 5%
del PBI, equivalente al déficit actual.
O sea, hay un fuerte ajuste, que sería “por las malas” porque el brote inflacionario induciría una marcada licuación del poder adquisitivo de los ingresos en general y del salario en particular, provocando una caída del nivel de actividad del 6%.
En síntesis, el costo del “ajuste por las malas” sería una
caída del PBI del 6%, una licuación del salario público real del 28%
(se mantiene el empleo), un dólar a $13 y una fuerte pérdida de
reservas internacionales.
“Ajuste por las buenas”
Otra forma alternativa de enderezar el rumbo es tomar la decisión
de hacer un ajuste que elimine la dominancia fiscal; origen de la crisis
cambiaria. Dado que, sin ajuste fiscal, la política monetaria no
alcanza para solucionar el problema de fondo.
Para hacer este ajuste, se tienen que coordinar las políticas
monetarias (suba de tasas), cambiaria (devaluación) y fiscal (ajuste
nominal ex ante) de tal modo que los agentes confíen en dicha política y
se alcance un nuevo equilibrio.
En concreto, se debe subir la tasa de interés en torno al
40%, devaluar a la vez que se hace el recorte fiscal. Se devalúa (a
$8.80) para que se liquide la cosecha y se mantiene el tipo de cambio
durante todo el tiempo de la cosecha.
En lo fiscal, el ajuste no puede hacerse del lado de los ingresos
ya que la presión tributaria se encuentra en niveles récord.
El ajuste fiscal debería venir por el lado del exceso de gasto,
eliminando el déficit y generando un superávit para abolir la emisión
monetaria destinada a financiar al Tesoro. El recorte se da eliminando
todos los subsidios económicos, que representan aproximadamente el 5%
del PBI.
Los otros 2 puntos porcentuales se ajustan vía licuación por
inflación con partidas de gasto que aumentan un 25%, menos que la
inflación y la coparticipación que crecen 35% anual. También se acuerda
con el FMI y hay ingreso de capitales.
Este combo de políticas generaría un shock de confianza que
provocaría una paulatina apreciación nominal (y real) del tipo de
cambio hacia fin de año.
De modo que el tipo de cambio promedio cerraría el año en
torno a $8.65, con una devaluación (punta a punta) del 36.5% y una
inflación que cerraría el año en torno al 36%. Este avance inflacionario
(36%) provocaría una licuación del gasto, de modo que el cociente entre
las erogaciones totales y el PBI caerían al 30%; con un ajuste fiscal
implícito del 7% del PBI, que podría generar un superávit mayor a 2%
del PBI.
Sin embargo, la inflación induciría una licuación del poder
adquisitivo de los ingresos en general y del salario en particular,
haciendo que el PBI no crezca.
En síntesis, el costo del “ajuste por las buenas” sería
que el PBI se mantenga en los niveles del 2013, con una licuación del
salario público real del 8% (se mantiene el empleo) y un dólar a $8.5.
En este caso la devaluación promedio es marcadamente mayor a la “punta a punta” por la fuerte devaluación de enero ’14.
Por el momento, no vemos que el gobierno decida encarar el ajuste “por las buenas”, ya que cualquier política de ajuste va en contra del discurso oficial de los últimos años y pueden restarle el apoyo de sus “bases” electorales.
En el seno del gobierno, el ajuste “por las buenas” sería una estrategia “neoliberal” y por ende no estaría en el menú de opciones.
“Ajuste equilibrista”
Este escenario surge a partir de las necesidades políticas del
gobierno por terminar el mandato en las mejores condiciones posibles.
Pero conceptualmente es un ajuste sin convencimiento.
El gobierno no cree en las políticas de ajuste, pero algo
debe implementar para tener chances de llegar a fines de 2015 en
buenas condiciones. Es un proceso de ajuste que el gobierno toma porque
“no le queda otra”; impuesto por la realidad económica.
En realidad, la racionalidad económica imponía el ajuste “por las buenas”,
pero el gobierno no está dispuesto a hacerlo. Obligado por la crisis
cambiaria, el gobierno termina aplicando un camino intermedio, un ajuste
a medias que consiste en aplicar todas las herramientas que tiene a su
alcance para ganar tiempo y llegar a las próximas elecciones.
Por un lado, toma todas las medidas posibles (algunas contra su discurso) para que ingresen más dólares.
Por el otro, acrecienta las medidas tendientes a cortar la salida de divisas. Busca arreglar con los fondos buitre,
llega a un acuerdo con el FMI para volver a los mercados
internacionales de deuda y que ingresen dólares, restringe al
máximo posible las importaciones para minimizar la salida de dólares
por este medio, elimina el dólar ahorro y restringe las ventas de
divisas para turismo.
En paralelo, el BCRA continúa haciendo el ajuste monetario,
subiendo la tasa de interés por encima de la inflación y de la
devaluación y sigue sacando los pesos excedentes del mercado.
Estas medidas son indispensables para que el escenario “equilibrista” tenga alguna chance de prolongarse en el corto plazo.
Por el contrario, si la tasa de interés fuera menor que la
devaluación y la inflación, no lograría retirar la cantidad de
circulante necesaria, la corrida contra las reservas cobraría
fuerza rápidamente y el escenario “equilibrista” se transformaría velozmente en el escenario de ajuste “por las malas”.
En la esfera fiscal, el gobierno realiza un ajuste “ex ante” al
reducir el gasto en subsidios económicos (transporte y energía) de
tal modo que la quita inicial (45%) compense en aumento que provoca
la devaluación, haciendo que el gasto agregado en subsidios económicos
se mantenga en los mismos niveles del 2013 también genera un ajuste “ex post” al reducir el ratio gasto total / PBI.
Cabe recordar que la devaluación genera un aumento de
subsidios más que proporcional, dado que la mayor parte de los mismos es
energía importada.
En resumen, el escenario “equilibrista” tiene un pequeño componente de ajuste de verdad y otro componente de ajuste por licuación de gasto vía inflación.
En la esfera cambiaria el gobierno mantendría el dólar a $8 hasta
que empiece el periodo de liquidación de exportaciones agropecuarias.
Luego devaluaría llevándolo a $9 en abril cuando empieza el período de
liquidación de exportaciones y lo mantiene en ese nivel hasta julio.
Más tarde, empieza un “crawling peg” del tipo de cambio con una devaluación mensual del 1% aproximadamente.
De modo que el tipo de cambio exhibiría una devaluación
promedio anual del 60% (49% punta a punta); que provocaría un incremento
de precios en torno al 48% para el año.
La inflación y la devaluación inducirían aumentos nominales del
gasto en torno al 46% para la mayoría de las partidas excluyendo el
gasto en salarios y jubilaciones que exhibirían aumentos del 30% y
del 27% respectivamente.
Los subsidios económicos no variarían en términos nominales,
dado que el aumento que provoca la devaluación se compensa por la quita
del 44% de subsidios.
De modo que el gasto total se incrementaría un 32% anual.
El avance inflacionario (48%) provocaría una licuación del gasto de
modo que el cociente entre las erogaciones totales y el PBI caerían al
33.7%; con un ajuste fiscal implícito del 3.5 puntos del PBI.
Sin embargo, semejante brote inflacionario induciría una marcada
licuación del poder adquisitivo de los ingresos en general y del salario
en particular, provocando una caída del nivel de actividad del 1.6%
aproximadamente.
En síntesis, el costo del “escenario equilibrista” implicaría una
caída del PBI del 1.6%, una licuación del salario público real del 12%
(se mantiene el empleo), un dólar a $9.46 a fin deaño y pérdida de
reservas internacionales con endeudamiento.
En resumen, hace años que nuestra economía enfrenta un
creciente desequilibrio macroeconómico devenido en crisis cambiaria por
la dominancia fiscal que crece año tras año.
La actual administración tiene la alternativa de hacer el ajuste o
postergarlo y empeorar la crisis arrastrando hacia la baja el nivel de
actividad y el poder adquisitivo de los ingresos.
Sin embargo, lo más probable es que el gobierno escoja el escenario equilibrista, que es un camino intermedio en el cual hay un ajuste a medias que sólo procura llegar a 2015 y dejar todo el “trabajo difícil” a la siguiente administración.
El problema es que este escenario “equilibrista” tiene implícito el riesgo de transformarse en ajuste “por las malas”. Es decir, es
probable que en la 2da. mitad de año se vuelva a intensificar la crisis
cambiaria. En ese contexto, habrá que ver qué instrumentos de política
tiene a su disposición el gobierno para seguir pateando la “crisis” para más adelante.
Sin embargo, el gobierno cada vez tendrá menos balas en su cartuchera.
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