TOMÁS ABRAHAM - EL TIEMPO ES LO QUE VUELVE
Me parece que en mis últimas notas y conferencias trasmito sensaciones y sentimientos negativos sobre el presente argentino. No hago más que ofrecer públicamente mi angustia. Quizás se deba a que tengo que cumplir con el ritual semanal de entregar una nota relacionada con preocupaciones comunes a los argentinos. ¿Cómo salir de este estado de ánimo? ¿De qué otra cosa hablar? ¿No pretenderán que hable del tiempo? ¿Sí? ¿Por qué no? Bueno ahí va.
El tiempo es una de las cosas más difíciles de pensar. La historia de la filosofía es una muestra de esta dificultad desde que la idea de tiempo se despegó de la de movimiento y sorteó la paradoja de Zenón.
El texto clásico de Martín Heidegger Ser y Tiempo responde a esta urgencia del pensamiento. La pregunta por el Ser que recorre el filósofo alemán es la historia de un olvido. La historia de Occidente desde los griegos es para Heidegger el ocultamiento de este vacío. Dice que a esta carencia no se la llena con un nombre absoluto, ni con la Causa de las causas, ni con la referencia a una sustancia. No valen los argumentos que invocan las mayúsculas de la metafísica. Se ha intentado ocupar el centro de los sistemas especulativos con figuras teóricas como la del sofista que afirmaba que el hombre es la medida de todas cosas, la del Motor Inmóvil del filósofo, el ego cogito del sabio natural o la voluntad de poder del Superhombre. Son todas obturaciones del signo de interrogación de la ontología filosófica.
En el siglo XIX G.W. Hegel elabora una filosofía en la que el Espíritu del Mundo es temporal. El acontecer de la existencia es para el filósofo de Berlín y Iena el camino hacia la autoconsciencia de una totalidad que será transparente a sí misma. Es la astucia de la razón la que teje la red que nos atrapa y nos convierte en peldaños de una redención especular. Todo lo real será racional y todo lo racional es real en el fin de la historia. El espejo sin velos en el que se mira la Razón también es un fruto del tiempo.
El filósofo A. Schopenhauer dice que el tiempo es dolor. El tiempo duele. Se inspira en el budismo, pero considera que la vida occidental no encuentra consuelo en la meditación que conduce al Nirvana. De todos modos existe una solución. Es el arte.
Sostiene que el tiempo es la manifestación de la voluntad, hay tiempo porque existe la persistencia de la vida. La sexualidad es una manifestación de esta voluntad de vivir. Somos individuos de la ley de la reproducción de la especie. La astucia de la voluntad hace de cada uno de nosotros elementos de una multiplicidad innúmera. Duramos y sufrimos. Sólo el arte, para Schopenhauer, suspende el tiempo. Sigue a Kant que hablaba del infinito de lo sublime. Sólo nos detiene la belleza de una obra. Nos fascina. El embelesamiento del artificio hace olvidar a la muerte y a la vida. De las artes, la música, la más temporal de todas, es la que cautiva y detiene por un instante al tiempo desnudo.
Nietzsche nos habla del eterno retorno. Recuerda haber tenido una visión del mismo subido a un peñasco al borde de un lago. Comprendió que la imagen cósmica muestra que lo que siempre vuelve es lo que sucede ahora. Eternidad e instante son lo mismo.
Muchos han discutido el sentido de estas palabras. Se han escrito libros sobre el significado de los conceptos de repetición y diferencia que conciernen a las dos manifestaciones de una temporalidad que vuelve pero con rostro cambiado. Otros – inspirados por Heráclito – invocarán la imagen nietzscheana del tiempo con el niño que a orillas del mar levanta castillos de arena que la marea desmorona.
Para Nietzsche el tiempo podrá llamarse Kronos, pero, en realidad, es otra burla de Diónisos, el dios enmascarado de la tragedia.
Pero nadie ha afirmado con mayor precisión y brevedad la esencia filosófica del tiempo como el divino Rousseau. Dijo: “el tiempo es lo que vuelve”. Fue dicho sin teoría, ni doctrina, ni metafísica. No asoció su frase a una cosmovisión ni a una concepción del mundo. Enunció su pensamiento mientras cocinaba una papas.
Pensemos en las consecuencias de sus palabras si efectivamente guiaran nuestra conducta. Debido a nuestra forma de vida, el hombre ordinario, es decir nosotros, sentimos que el tiempo se nos va. Tiempo es lo que falta. No porque seamos mortales sino porque se va por definición de sucesión. Estamos apurados. El reloj no se detiene. La ansiedad es tiempo que falta. La depresión es tiempo estancado. El aburrimiento es tiempo palpable. El trabajo, los rituales religiosos y las ceremonias lo domestican. Sentir el tiempo desespera. Sentirlo fugitivo también.
Somos seres finitos. Morimos. Nadie quiere morir. Lo humano demasiado humano es postergar el fin. Para lograrlo corremos a la manera de Edipo. A pesar de las apariencias la meta es el foso. Es decir que corremos hacia adelante en dirección contraria. Nos metimos en el túnel oscuro por la salida y nos precipitamos hacia la entrada. Los antiguos inventaron el género llamado tragedia para ilustrar sobre la escena esta comedia de la existencia.
¿Pero qué sucedería si el hombre ordinario cambiara su concepción del tiempo por esta idea tan simple de Rousseau que aventura que el tiempo es lo que vuelve y no lo que se va? ¿Nos convertiremos en hindúes en estado de contemplación rodeados de sándalos perfumados? ¿Vestidos de naranja bailando al son de las panderetas? ¿Una nueva especie macrobiótica pupila de la esquina de las flores?
Dios nos libre y guarde. No hay peligro. Sólo cambiaremos de malestar. Padeceremos el tiempo que vuelve. La queja será distinta pero queja al fin. En lugar de decir “no te pude contestar el llamado porque no tuve tiempo” diremos “no te respondí porque me sobraba el tiempo y me distraje”. Tendremos tiempo de sobra. Nos disgustará que el tiempo no se vaya. Cuando nos pregunten cómo estamos diremos: “mal…otra vez con tiempo”.
¿Seremos más sabios si ante esta nueva realidad detenemos la máquina mental y transitamos paso a paso por la vida en lugar de llevarnos todo por delante? ¿No es acaso evidente que tiempo es lo que siempre hay? Nadie lo sabe, quizás tengamos menos dolores musculares pero menos libido también.
Es probable que las culturas en las que el tiempo siempre vuelve, en las que el ciclo sustituye a la flecha y no hay comienzo ni fin sino retorno, a la gente todo les pueda dar lo mismo. “Kif kif” dicen los marroquíes: da lo mismo, da igual.
La aceptación de un destino, la resignación ante lo que sucede, la fatalidad sin más que nos da lo idéntico y permanente nos hará flotar en un mar de sopa tibia. Pero esta fábula no es creída ni por quienes la propagan. Escuchemos la sentencia del estoico millonario Séneca -el hombre más rico de Roma a la vez que sabio y consejero de Nerón – : “ es cierto, hay destino, pero también hay azar. Entonces… filosofemos”.
Y hablemos del tiempo.
Comentarios