AEROLÍNEAS, EL HIJO BOBO, SIGNIFICA UN RIESGO PARA YPF
Informe de IDESA - Instituto para el Desarrollo Social Argentino
El Estado argentino finalmente compensará a Repsol por la estatización de YPF. Aunque se difundió como costo de la indemnización unos U$S 5 mil millones pagaderos en bonos, computando los altísimos intereses implícitos en esos títulos el costo superará los U$S 10 mil millones.
Además de lo elevado del monto, el grueso de los pagos serán
afrontados por los futuros gobiernos. Se trata de otro testimonio de
decisiones tomadas con criterios oportunistas y poco profesionales que
hipotecan el bienestar de las futuras generaciones.
El gobierno celebró un acuerdo con la empresa española Repsol para
pagar las acciones de YPF intempestivamente estatizadas en abril del
2012. Forzado por el aislamiento internacional y la profundización de la
crisis energética, con este acuerdo se trata de remendar la
desprolijidad técnica y legal que caracterizó al proceso de
estatización.
En poco tiempo se paso del triunfalismo expresado en discursos
teñidos con provocaciones desafiantes y nacionalismo mal entendido a
aceptar pasivamente las consecuencias de decisiones tomadas con falta de
responsabilidad y muy poca profesionalidad.
La Argentina se compromete a entregar a Repsol títulos públicos por
US$ 5.000 millones. Sin embargo, también se compromete a entregar bonos
adicionales para garantizar que el valor de mercado de todos los bonos
argentinos entregados a Repsol ascienda, al menos, a US$ 4.670 millones,
con un máximo de US$ 6.000 millones a valor nominal.
En términos simplificados, la Argentina terminará pagando entre US$ 5.000 y US$ 6.000 millones.
A estos montos hay que agregarle los intereses. Como la Argentina
tiene calificaciones de riesgos muy adversas, considerando las tasas de
interés que oscilan entre 7% y 8,75% anual, la suma total que el Estado
argentino se compromete a pagar superará los US$ 10.000 millones.
Un rasgo particularmente importante del acuerdo es que estos pagos
se distribuirán en el tiempo de manera peculiar. Según documentos
emitidos por la empresa Repsol se puede calcular que:
> Entre los años 2014 y 2015 se pagará aproximadamente el 10% de esos bonos.
> Entre los años 2016 y 2019 se pagará el 32% y entre los años 2020 y 2023 otro 34%.
> Entre los años 2024 y 2033 se pagará el restante 24% del valor final.
Estos datos muestran que la actual gestión de gobierno sellará el
acuerdo y determinará los futuros pagos, pero efectivizará apenas una
porción menor de los compromisos que el país contrae.
Las dos próximas gestiones de gobierno (es decir, los
presidentes que gobiernen entre los años 2016 y 2023) serán las que
deberán hacerse cargo de dos tercio del total de los costos que implican
la estatización de YPF. Para los gobiernos subsiguientes quedará
afrontar el cuarto restante del costo total. Este cronograma y las
magnitudes involucradas dejan en claro que la estatización de YPF
condiciona el futuro bienestar de los ciudadanos muchos de los cuales
pertenecen a las generaciones por venir.
Las consecuencias económicas de la estatización se pueden evitar si
YPF genera y distribuye dividendos que al menos equivalgan al flujo de
pagos comprometidos para los próximos 20 años. Tratándose de una empresa
petrolera, esto es factible, si en la administración se imponen
criterios técnicos alejados de las apetencias políticas.
En la región hay buenos ejemplos de empresas públicas manejadas
profesionalmente como es el caso de Codelco en Chile o Petrobras en
Brasil. Pero en Argentina prevalecen la improvisación y la falta de
profesionalismo. El caso paradigmático es Aerolíneas Argentinas.
Ante los hechos consumados, el Congreso Nacional tiene la
posibilidad de evitar otra hipoteca para el futuro del país. En lugar de
sumarse al triunfalismo, actitud que prevaleció en la instancia de aprobar la estatización, debería trabajar en generar reglas que “blinden”
la gestión de YPF –y del resto de las empresas públicas– de las
presiones originadas por el amiguismo, la militancia, el oportunismo
electoral y la corrupción.
A la luz de los antecedentes que prevalecen en la gestión del
sector público argentino, no se trata de un desafío menor. Pero sólo con
transparencia y buena gestión se podrá evitar que, además de pagar los
bonos de la estatización, la sociedad tenga que afrontar los costos de
la mala administración, como ocurre con las otras empresas públicas.
YPF no es el primer caso donde el oportunismo y la falta de
profesionalismo generan enormes costos sociales que se difieren para el
futuro. Otras estatizaciones y reformas –como la aplicada
sobre el sistema previsional– operan bajo la misma lógica. La diferencia
en esta ocasión es que, frente a la proximidad del cambio de gobierno,
es más visible el traspaso de las consecuencias a las próximas
gestiones. Queda por ver si esto estimula al Congreso a asumir una
actitud más responsable y profesional.
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