ROLANDO ASTARITA SOBRE MILEI Sustancias adictivas, mercado y capital
Milei, sobre sustancias adictivas, mercado y capital
En la anterior entrada (aquí) critiqué la tesis austriaca de la imputación –los precios de los productos finales determinan los costos de producción- que defendió Milei en el curso de su polémica con Juan Grabois (moderada por Fontevecchia, aquí). En esta entrada focalizo la atención en lo afirmado –en ese debate- por de Milei con respecto a la producción de bienes de consumo que son adictivos (como el cigarrillo). Explica Milei: “Es una contradicción en sus términos lo de producto adictivos que te matan. Si yo te doy un producto adictivo que te mata estoy yendo contra mi propio negocio. Eso no es sostenible en una dinámica de mediano o largo plazo. Terminás dinamitando tu negocio”. Fontevecchia le señala que el cigarrillo mata y sin embargo las empresas lo siguen produciendo. Milei repite el argumento: “Si los empresarios terminan matando a todos sus consumidores tienen un problema porque se quedaron sin mercado”. Y de ahí pasó al tema imputación. Un argumento desconectado de la realidad y siniestro Debo confesar que pocas veces leí un argumento tan malo en boca de alguien que se considera todo un científico. Es que... ¿alguien se imagina a un asesor de empresas explicando, por ejemplo, a los que manejan el negocio de la droga que en el largo plazo están dinamitando la demanda porque van a terminar muriendo los consumidores de sustancias, y que conviene cambiar hoy de producto porque lo suyo no es viable? Más aún, el asesor -compenetrado de sus Menger y Rothbard- podría agregar que a largo plazo también se quedarán sin “soldaditos”, a pesar de la extendida miseria, marginación y descomposición social que constituye su fuente de aprovisionamiento de insumo humano. Veamos entonces cómo funciona el criterio de Milei con la industria del tabaco y el cigarrillo (los productos aludidos en el debate). Los organismos internacionales calculan que hay en el mundo 1300 millones de consumidores, y que unos 8 millones mueren anualmente por esta causa. De manera que bastarían unos 162 años de gente muriendo a causa del cigarrillo para que se acabaran los consumidores disponibles (suponiendo, además, que estos no aumenten; después de todo, hay casi 8.000 millones de personas en el mundo). ¿Qué tal entonces mandarnos un paper para convencer a las multinacionales tabacaleras de que no hay mejor negocio que suspender ya mismo la producción de cigarrillos, so pena de quedarse sin consumidores dentro de algunos siglos? Veámoslo incluso con un ejemplo teórico. Supongamos que en un mercado hay dos tipos de consumidores de cigarrillos. El consumidor A no es adicto, fuma 4 cigarrillos por semana, unos 208 por año; vive 40 años a partir del momento en que empieza a fumar, de manera que en su vida consume 8320 cigarrillos. El consumidor B es adicto, fuma 20 cigarrillos por día, que en año resulta en 7.300 unidades, 35 veces más que A. Pero B vive solo 30 años desde el momento en que empieza a fumar, por lo cual a lo largo de su vida consume “solo” 219.000 unidades. De nuevo, ¿a quién se le puede ocurrir que las empresas van a dejar hoy de fabricar y promover el consumo de tabaco porque prevén que dentro de algunos cientos de años se van a quedar sin mercado? ¿Cómo se pueden decir impunemente estos disparates? Por otro lado, ¿de qué contradicción "en los términos" (o sea, lógica) puede hablarse aquí? ¿O se trata solo de hablar florido para ocultar la falta de fondo? Pero además, estamos ante una lógica siniestra: dejar que el mercado y el criterio de la rentabilidad impulsen a los capitalistas, “a la larga”, y sobre montañas de muertes (más cientos de millones de seres humanos que terminan con muy baja calidad de vida), a pasar de la producción de sustancias nocivas y adictivas, a producciones de bienes saludables? El poder del capital, el Estado y la “soberanía” del consumidor La defensa que hace Milei del “mercado arréglalo-todo” y del capital “arrégalo-todo” llega a asombrosos extremos de cinismo y ocultamiento de los hechos históricos. Es que en un momento del debate Fontevecchia observa que las empresas continuaron produciendo cigarrillos a pesar de su nocividad. Milei responde que “la personas descubrieron (lo insalubre del consumo de tabaco) mediante distintas investigaciones”. Pero… ¿y los millones de dólares que invirtieron las tabacaleras para ocultar el carácter adictivo y nocivo de lo que producen? Ni palabra. Milei es un científico, pero a tanto no llega. A pesar de que esta historia se repite a cada rato y en múltiples rubros. Para dar ahora solo otro ejemplo: el ocultamiento de Du Pont sobre los efectos del teflón en la salud pública y el medio ambiente. La realidad es que las “personas que investigaron” a las grandes compañías lo hicieron en condiciones de franca inferioridad con respecto al poder del capital y enfrentando todo tipo de intimidaciones, campañas de desprestigio y sabotajes. Pero además, su acción finalmente tuvo que efectivizarse a través del Estado, por medio de leyes y medidas sanitarias que restringieron, al menos en parte, el accionar de las empresas. En este punto señalo que incluso en la Inglaterra del siglo XIX, del libre cambio, el Estado puso límites a la explotación del capital (por caso, al trabajo infantil, a la jornada de trabajo). Y la clase obrera muchas veces demandó y se movilizó por leyes en el mismo sentido. Fueron acciones no de átomos moviéndose en libertad arbitraria, sino de clase. Todo indica entonces que la soberanía del consumidor juega un rol más bien secundario en el tema que nos ocupa. ¿O es que se pretende que miles de millones de consumidores de cientos de millones de productos tienen el poder de investigar daños a la salud que posiblemente se manifiesten décadas más tarde, y de diversas maneras? Además, ¿cómo contrarrestar los gigantescos sistemas de propaganda y marketing de las empresas? ¿Y la compra de científicos e investigadores para avalar los productos que largan al mercado? Con el agravante de que cuando pasamos a considerar los daños al medio ambiente las investigaciones tienden a ser incluso más complejas. Todo esto sin olvidar que así como la demanda exige cierto tipo de oferta, también la oferta (la producción) da al consumo un carácter determinado, y crea además un tipo determinado de consumidor (véase sobre esto la “Introducción a la crítica de la Economía Política”, de Marx). Para terminar, es significativo que en ningún momento Milei haya problematizado la cualidad adictiva del cigarrillo y similares. El tema no es menor, ya que remite al debate entre los partidarios de la llamada libertad negativa (soy más libre en tanto tenga menos impedimentos legales para hacer lo que deseo) y los defensores de un concepto de libertad positiva (debo tener los medios y condiciones para llevar a cabo lo que deseo, y autoconciencia de mis facultades para proponerme hacerlo). No es de extrañar que los austriacos adhieran a la libertad en sentido puramente negativo. Una concepción que encaja con la propuesta de que el mercado y el capital tengan plena libertad para vender bienes perjudiciales para la salud (o el medio ambiente) hasta que el número de muertos avise que ya es hora de cambiar de producto. Suena siniestro. |
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