ROLANDO ASTARITA. Anarco-capitalismo y privatización de la violencia de clase.

Anarco-capitalismo y privatización de la violencia de clase

rolandoastarita

May 19

Con frecuencia analistas y militantes de izquierda dicen que las ideas de Javier Milei son las de la tradicional derecha liberal argentina. Se basan en que Milei y sus partidarios coinciden con la derecha liberal en el reclamo de reducir el gasto fiscal y disminuir la interferencia del Estado en la economía.

Siendo ciertas estas coincidencias, existe sin embargo una diferencia entre ambas corrientes que no debería pasarse por alto. Es que Milei adhiere al “anarquismo de la propiedad privada” (o anarco-capitalismo), que puede sintetizarse en la defensa de la propiedad privada del capital, por un lado; y la eliminación del Estado, por el otro. De ahí que los anarco-capitalistas operen una doble diferenciación: con respecto al anarquismo de izquierda tradicional (Proudhon, Bakunin, Kropotkin), porque este luchaba por el comunismo y la abolición de la propiedad privada. Y con respecto al liberalismo tradicional –tipo Berlin o Friedman- porque sostiene que el Estado debe ser “la agencia que tiene el monopolio de la coacción ejercida por las instituciones”, y solo busca limitar su influencia. Los anarco-capitalistas sostienen que este programa del liberalismo es teóricamente imposible porque una vez que se acepta al Estado no se puede limitar su crecimiento (véase Huerta de Soto, 2007).

Propiedad privada y Estado, anarco-capitalistas y anarquismo comunista

Los defensores del anarquismo de la propiedad privada proponen entonces una sociedad en la que haya un orden impulsado por la creatividad y dinamismo de los empresarios. Estos, sigue el argumento, encontrarán las soluciones de cualquier problema mediante innovaciones tecnológicas y jurídicas. La clave, subraya Huerta Soto, es que se permita la apropiación privada de los resultados de sus creaciones.

Naturalmente, en este esquema se asume que la base del poder empresarial es la propiedad privada de los medios de producción y cambio. Pero aquí el anarco-capitalismo introduce una contradicción insalvable. Es que, como sostuvo el anarquismo de izquierda, el Estado es inseparable de la propiedad privada: “a la propiedad como institución básica de la economía le corresponde el gobierno como institución básica de la política. ... Lo que explica la naturaleza de una estructura política es una estructura económica. (…) al dualismo propietario proletario le corresponde el dualismo gobernante-gobernado. He aquí la tesis central de ¿Qué es la propiedad?” [de Proudhon]. Admitir la propiedad es admitir el Estado; admitir el derecho absoluto sobre las cosas equivale a admitir el dominio absoluto sobre las personas. El Estado comporta una sociedad dividida, un verdadero dualismo entre el que manda y el que obedece” (Cappelletti, 1992).

El enfoque marxista es coincidente en este respecto: toda forma de producción –y las relaciones de producción en primer lugar – “necesita sus propias instituciones jurídicas, su propia forma de gobierno” (véase Marx, 1989, t. 1, p. 8). Forma de gobierno a la que va asociado determinado poder de coerción, de Estado. De nuevo, es imposible eliminar el Estado sin acabar con las relaciones de producción (y de propiedad) que están en la base de su existencia. Por eso, y en abierta contradicción con lo que dicen los anarquistas de la propiedad privada, nunca se dio una sociedad basada en la propiedad privada en la que no hubiera Estado. Y sí hubo, durante miles de años, sociedades en las que no hubo propiedad privada ni Estado. Datos y hechos que parecen difíciles de digerir por el anarquismo de derecha.

Antagonismos irreconciliables y Estado

Los anarco-capitalistas dicen rechazar el Estado, pero no lo explican ni comprenden las razones de su surgimiento. Esa incomprensión arranca del momento mismo en que abstraen la propiedad privada de la existencia del Estado, del sistema jurídico-militar-ideológico que lo conforma. De ahí que estos curiosos anarquistas reduzcan la cuestión del Estado a problemas “de casta”, o morales (como la corrupción de la burocracia). Todo de una desesperante superficialidad, propia de quien desconoce los procesos históricos y sociales.

 El enfoque del marxismo es, por supuesto, muy distinto. Centralmente porque sostiene que el Estado no es un poder impuesto desde afuera de la sociedad, sino es el producto de ella misma cuando alcanza determinado grado de desarrollo. Es la confesión de que “esa sociedad… está dividida por antagonismos irreconciliables, que es impotente para conjurar” (Engels 2007; énfasis nuestro). Es que con la propiedad privada aparecen clases sociales con intereses económicos en pugna. Para que esas clases no se devoren a sí mismas, para mantener los choques dentro de los límites “del orden”, el Estado, un poder nacido de la sociedad, se pone por encima de ella y se divorcia de ella más y más (véase ibid.). Obedeciendo a esa necesidad social “el Estado presupone un poder público particular, separado del conjunto de los respectivos ciudadanos que lo componen” (ibid.; énfasis nuestro).

Por eso la fuerza pública pasa a ser una fuerza aparte de la masa del pueblo. A su vez, para mantener esa fuerza pública se necesitan las contribuciones de los ciudadanos, los impuestos. En consecuencia los funcionarios, dueños de la fuerza pública y del derecho de recaudar impuestos, aparecen ahora por encima de la sociedad. E inevitablemente, se trata de un Estado de clase (nuevamente subrayo, las “castas” en esto tienen poco y nada que ver):

“Como el Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de esas clases, es, por regla general, el Estado de la clase más poderosa, de la clase económicamente dominante, que, con ayuda de él, se convierte también en la clase políticamente dominante, adquiriendo con ello nuevos medios para la represión y la explotación de la clase oprimida. Así, el Estado antiguo era, ante todo, el Estado de los esclavistas para tener sometidos a los esclavos; el Estado feudal era el órgano de que se valía la nobleza para tener sujetos a los campesinos siervos, y el moderno Estado representativo es el instrumento de que se sirve el capital para explotar el trabajo asalariado” (ibid.). En todos los casos el Estado perpetúa la división de la sociedad en clases y el derecho de la clase poseedora de explotar a la no poseedora y el dominio de la primera sobre la segunda (ibid.). Por eso, al desaparecer la propiedad privada el Estado se extingue.  

El programa reaccionario y brutal de los anarco-capitalistas

Dado que el Estado surge como una necesidad anclada en las clases y la propiedad privada, es absurdo –y profundamente reaccionario- pretender eliminar el Estado sin acabar con las clases sociales y la propiedad privada. Peor aún, en tanto exista una clase social propietaria de los medios de producción, y otra clase social que solo posee su fuerza de trabajo, los antagonismos sociales serán inevitables, y con ello la existencia de fuerzas represivas dedicadas a sofocar la protesta y la rebelión de los desposeídos y explotados.

Llegamos así a un punto crucial: la privatización de la represión. ¿Imaginación nuestra? Pues no, los teóricos del anarco-capitalismo lo dicen: “en el lejano oeste norteamericano se planteó el problema de la definición y defensa del derecho de propiedad de, por ejemplo, las reses de ganado en amplísimas extensiones de tierra, introduciéndose paulatinamente diversas innovaciones empresariales”. ¿Qué innovaciones? Pues entre ellas “la vigilancia continua de cowboys a caballo armados” (Huerta de Soto). Fue la forma en que “los empresarios” solucionaron, de manera “creativa” (HdeS) “los problemas conforme se iban planteando”.

En otras palabras, nos hablan de “abolir” el Estado para establecer el orden de los “cowboys armados”. De pasada señalemos que aquí sobrevuela la tonta idea de que “bandas de vaqueros armados al servicio de los hacendados” (que necesariamente implica también ley privatizada) es sinónimo de desaparición del Estado, como si el Estado no estuviera constituido, en su columna vertebral, por una “banda de hombres armados”.

En cualquier caso, en el escenario anarco-capitalista los antagonismos sociales irreconciliables de los que hablaba Engels serían sofocados por la represión y la ley privatizadas y gobernadas por los poderosos (“creativos y dinámicos”, a no olvidar). ¿Se ha dado algo de este tipo? Pues sí. Un ejemplo lo tenemos en la Amazonia brasileña, frontera de la expansión de la minería, la ganadería a gran escala y la soja. Allí grandes hacendados, principales responsables de la destrucción de la selva, imponen su ley mediante las agromilicias. Estos grupos de pistoleros cuentan con el visto bueno de las fuerzas federales, y cometen todo tipo de tropelías. Decenas de activistas defensores del medio ambiente y personas comprometidas en la lucha por la tierra fueron asesinados por esos ejércitos privados. También fueron sus víctimas indígenas, pequeños propietarios y trabajadores sin tierras. Todo esto de la mano de la deforestación y agresión al medio ambiente, con el visto bueno de Bolsonaro. El resultado final, naturalmente, es el fortalecimiento del poder estatal, que restablece “el orden” cuando la balanza está fuertemente inclinada a favor de los hacendados.  

Otro ejemplo lo encontramos en Rusia, luego de la caída del régimen stalinista: bandas armadas privadas, contratadas por los poderosos (muchos ex burócratas soviéticos), puestas al servicio de la apropiación privada de los medios de producción. Se calcula que llegó a haber unos 800.000 individuos integrando estas mafias, las cuales incluso administraban justicia en las zonas en que el aparato estatal había desaparecido. De nuevo, el resultado a mediano plazo fue más concentración económica, desposesión de los trabajadores y fortalecimiento último del Estado.

Otro caso, los “señores de la guerra” durante el conflicto checheno, con sus zonas de influencia y sus ejércitos privatizados. Otro, los grupos paramilitares en Colombia que fueron armados por terratenientes. Son las “creativas soluciones empresariales” para sustituir al Estado y reemplazarlo por el anarquismo de la propiedad privada. Es la anticipación, en pequeño, del programa social y político de esta corriente de derecha. Es el “derecho del más fuerte”, del que tiene el poder de dar o no dar trabajo, y maneja “su” aparato de represión y “su” ley. Situación que finalmente se perpetuará, bajo otra forma, en el “Estado de derecho” (véase Marx, citado).

Para terminar, alerto contra un posible contra-argumento a lo aquí señalado. Se refiere a la idea de que “el anarquismo a lo Milei es folclórico”; a que “el escenario anarquista está lejos” y semejantes. Pues bien, pienso que los planteos del anarco-capitalismo no son inocentes ni inocuos. Conectan con el aquí y ahora. Es que existe una conexión de fondo entre el “zurdo de mierda te puedo aplastar” (Milei) y el horizonte de la violencia y la ley privatizadas y puestas al servicio incondicional del capital. Este programa “lejano” es parte de lo que esta gente llama “la batalla cultural”. Batalla “cultural” carente de cultura y ciencia, pero que "entra" en la opinión pública y tiene por objetivo quebrar ideológicamente toda forma de resistencia a una forma de civilización que se basa en la explotación del trabajo.  

Textos citados:

Cappelletti, A. J. (1992): La ideología anarquista, Buenos Aires, editorial Reconstruir.

Engels, F. (2017): El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Archivo Marx-Engels de la Sección en Español del Marxists Internet Archive (www.marxists.org).  

Huerta de Soto, J. (2007): “Liberalismo versus Anarcocapitalismo”, Procesos de Mercado: Revista Europea de Economía Política, vol. IV, pp. 13-32.

Marx, K. (1989): Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política (Grundrisse) 1857-1858, México, Siglo XXI.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Excel atajos de teclado que ahorran tiempo

SanCor Desaparece

Oil Closes the Month on a Strong Note