ROLANDO ASTARITA ACERCA DEL CRUCE ENTRE CFK Y MILEI
El monetarismo y una comparación incomprensible
En su intervención doctoral en la Universidad Nacional del Chaco Austral, el 6 de mayo pasado, la vicepresidenta Fernández de Kirchner negó que la causa de la inflación sea la emisión monetaria. Para eso, comparó la relación entre la base monetaria (efectivo en manos del público más los encajes bancarios) y el PBI entre 2015 y 2021. Señaló que en 2021 la relación fue 6%, frente al 8,5% en 2015 y 8% en 2017. En el mismo sentido afirmó que el circulante en poder de la gente, en relación al PBI, fue 3,9% en 2021 frente a 5,9% en 2015 y 5,3% en 2017. Dado que la inflación en 2021 fue superior a la que hubo en 2015 y en 2017, la vicepresidenta concluyó que es imposible explicar la suba de precios por el aumento de la base monetaria, o del circulante. Casi inmediatamente Javier Milei criticó a CFK. Su argumento: si el PBI estuvo estancado en los últimos años, el aumento de la base monetaria, o del circulante en manos del público, se tradujo en aumento del PBI en términos nominales, o sea, en inflación. Es, en esencia, lo que dice la teoría cuantitativa del dinero (o teoría monetarista): si la emisión supera al crecimiento del producto en términos reales, la diferencia va a los precios.
Una falla crucial de la teoría cuantitativa
Desde un enfoque marxista el cruce entre CFK y Milei pone de relieve, por un lado, la falla crucial de la teoría cuantitativa; y por otro, la falta de profundidad crítica de los economistas que asesoran a la vicepresidenta con respecto a lo esencial del monetarismo. ¿Dónde reside el problema? Pues en la idea de que los precios se forman por comparación entre una masa de millones de mercancías heterogéneas y la masa de dinero. Obsérvese que con este punto de partida, y como reconoció Irving Fisher –el mayor referente de la teoría cuantitativa anterior a Friedman- el poder de compra del dinero depende enteramente de su cantidad, que entra en comparación con la masa de mercancías. Por eso también Fisher decía que el poder de compra del dinero se definía meramente por su cantidad, a diferencia de lo que ocurría con el resto de las mercancías, cuya utilidad tenía relación con sus propiedades intrínsecas. En este marco, sostenía que los precios “deben, como totalidad, variar proporcionalmente con la cantidad de dinero y su velocidad de circulación, e inversamente con las cantidades de bienes intercambiadas” (The Purchasing Power of Money, its Determination and Relation to Credit, Interest and Crises, New York, Macmillan).
De una manera más tosca, es lo que también había explicado Montesquieu: “La fijación del precio de las cosas depende siempre, en lo fundamental, de la proporción que existe entre el total de las cosas y el total de los signos” (citado por Marx en El capital, p. 152, t. 1). Hasta el día de hoy se mantiene lo esencial del argumento. Incluso es compartido, como vimos, por economistas que se consideran contrarios al monetarismo.
Una comparación incomprensible
Una crítica fundamental de Marx a la teoría cuantitativa es que no hay manera en que se realice esa comparación en el mercado. “… es completamente incomprensible… cómo valores de uso inconmensurables entre sí habrían de intercambiarse en masse por la masa de oro o de plata existente en un país” (p. 151, ibid.). La realidad es que las mercancías llegan al mercado con un precio tentativo. Y el dinero llega al mercado encarnando valor; no lo adquiere por comparación en el mercado. Por lo tanto, dada una velocidad de circulación del dinero, dados los precios y el número de transacciones a realizar, y dado el valor del dinero, solo circula la cantidad que es necesaria. El resto se atesora (y si no hay confianza en que la moneda nacional conserve su valor, se recurre a divisas fuertes, o al oro).
En consecuencia, no tiene sentido hablar de comparación entre masa de dinero y masa de mercancía. Plantear así el asunto lleva a un callejón sin salida. Se puede ver incluso en la dificultad que tienen los monetaristas para definir cuál es el agregado monetario significativo a tener en cuenta en sus ecuaciones. ¿Es la base monetaria? ¿Es M1 (efectivo en manos del público + depósitos a la vista)? ¿Es M2 (M1 + cuentas de ahorro)? Y el problema se hace todavía más complejo si tenemos en cuenta el dólar. Por caso, si las transacciones inmobiliarias en Argentina se realizan en dólares, ¿acaso el aumento del stock de dólares tenido por residentes en el país tiene efectos inflacionarios sobre el precio de las viviendas? ¿Por qué habría de tenerlo? La explicación de Marx parece mucho más coherente que el relato monetarista. A todas luces es absurdo sostener que en el mercado inmobiliario se compara una masa de viviendas con una masa de dólares, y que a través de esa comparación se fija el precio de la vivienda y el poder de compra del dólar. Pero esta es la quintaesencia del argumento monetarista.
Relación entre base monetaria y reservas internacionales
En un enfoque “a lo Marx” la comparación relevante en Argentina no ocurre entonces entre el stock de dinero nacional y las mercancías, sino entre ese stock de signos nacionales de valor y las reservas en dólares (más el oro) en posesión del Banco Central. En otros términos, entre la base monetaria y las reservas disponibles (a las reservas brutas hay que restar el swap con China, los encajes de los depósitos privados en dólares y el préstamo BIS). Una comparación que de hecho se realiza cotidianamente, a través de la oferta y demanda de monedas, en el mercado cambiario. De ahí la importancia de la relación de convertibilidad entre la moneda nacional y la moneda mundial. En Argentina saltos inflacionarios importantes están vinculados a aumentos de la relación base monetaria / reservas libre disponibilidad (que son las que inciden directamente en la confianza en la convertibilidad del dinero nacional). El fenómeno puede verse en la relación entre la base monetaria y las reservas de libre disponibilidad. En diciembre de 2019 la base monetaria en Argentina era de $1,734 billones; en abril de 2020 era más del doble, $3,7 billones. Las reservas de libre disponibilidad, sin embargo, no variaron significativamente (es de lamentar la poca información que da el Banco Central sobre este ítem crucial). En cualquier caso, en diciembre de 2019 el dólar cotizaba a $73, hoy oscila entre $110 y $210. En todo esto es crucial en qué medida la relación entre la moneda nacional y la moneda mundial, el dólar, valida a la primera en tanto encarnación de valor. La demanda de dólares es un resultado de esa necesidad de validación (o de la falta de confianza en ella); no es un factor independiente (como sugirió en un pasaje de su disertación la vicepresidenta).
Señalemos por último que, en base a lo argumentado, es equivocado sostener, como hacen los monetaristas, que todo aumento de la emisión monetaria por encima de lo que aumenta el PBI es inflacionaria. Si la emisión se hiciera exclusivamente contra divisas fuertes (u oro, en el extremo) no habría motivo para que la moneda nacional perdiera valor. De nuevo, en ese caso va a circular la cantidad de dinero necesaria para las transacciones, y el resto permanecerá como activo de reserva. Por otro lado, si el déficit fiscal se financia con emisión monetaria, efectivamente se deteriora el activo del Banco Central y en consecuencia la calidad del dinero en tanto signo de valor. En esa circunstancia la moneda se deprecia (contra lo que afirman los economistas “heterodoxos K”), pero no porque aumenta su cantidad en proporción al PBI, sino porque aumenta su cantidad en relación al respaldo que actúa como referencia última del valor.
Comentarios