LA DEUDA EN PESOS SUMA 24 BILLONES by Alcadio Oña
Se lo puede llamar de la manera que cada cual crea apropiada y agitarlo durante la campaña electoral como se lo agita, de un lado para el otro, pero no dejará de ser lo que es: un problemón que en su misma composición y magnitud expresa, además, el peso de unos cuantos problemas también grandes y apremiantes.
Si se prefiere ponerlo de otra manera, resulta una pelota de dinero que ya no aguanta más que se la siga pateando para adelante.
Sin más vueltas, es la deuda pública en pesos que de salto en salto ya suma impresionantes 24 billones, que vencen completos este año y quintuplican el stock que había en 2020 cuando asumió la actual versión del kirchnerismo. Esto es, un paquete que en apenas cuatro años creció 18,3 billones, o sea, otra enormidad pariente directa de un manejo del Estado cuanto menos controvertido.
Festival de números y festival financiero, ahí tenemos, desagregados, $ 13,8 billones que corresponden a la deuda del Tesoro Nacional y 10,5 billones que aparecen en el pasivo del Banco Central.
Más de eso que suena claramente a una gravosa hipoteca y huele a despliegue de la política, alrededor del 80% de los 13,8 billones del Tesoro Nacional son obligaciones pactadas a un año que se ajustan por la inflación, por el tipo de cambio oficial o por un mix de ambos.
Por si falta remacharlo, estamos hablando de una inflación disparada al 100% y de un dólar oficial que atrasa y vive maniatado por un cepo insostenible. El resultado de lo que ya hay anticipa que a fines de 2023 la deuda se habrá prácticamente duplicado.
En los 10,5 billones que le tocan al BCRA la estrella sin competencia se llama Leliq, por un momento famosas porque en la campaña de 2019 Alberto Fernández prometió que iba a eliminarlas y que destinaría la plata excedente, entera. a mejorar los haberes de los jubilados.
Previsible, sin rastros de la promesa presidencial las Leliq siguieron viaje y ya cantan 8,4 billones, 7,7 billones más que en 2019; rinden 75% anual promedio y vencen cada 28-30 días o se renuevan cada 28-30 días.
Consecuencia directa: también la pelota del BCRA sigue creciendo sin fin y la mayoría de las veces implica afrontar, cada mes, una factura del orden del billón de pesos.
Otra manera de ver la herencia aparece en su composición. Poco antes del retorno del kirchnerismo al poder, la deuda en pesos representaba el 22% del paquete total contra el 77,8% que absorbían las obligaciones en moneda extranjera. Ahora, la relación canta 33,2% versus 66,8%, o sea, pegó un viraje equivalente a 10 puntos porcentuales en cuatro años.
¿Y saben lo que pasó? Pasó que la Argentina tocó fondo ahogada por la falta de dólares, apretada por la presión cambiaria y por una inflación imparable. Con las puertas del crédito internacional cerradas y sin posibilidad de aprovechar los tiempos de tasas bajas, el país había terminado en brazos del FMI y cargando un oneroso stand-by de US$ 57.000 millones.
Hay de todo en el recorrido, pero aun así cuesta encontrar esa conexión virtuosa entre financiamiento interno en pesos e independencia económica que plantean algunos especialistas y los beneficios, también supuestos, de acoplar los organismos del Estado y la banca oficial a los objetivos que fije el Gobierno.
Un caso que habla de eso y de todo lo contrario a la vez, aparece en el modo como se exprimió un fondo de la ANSeS creado a la estatización de las AFJP para garantizar la sustentabilidad del sistema y la de los haberes previsionales.
Igual que ocurrió con el Banco Central, el Nación, con el PAMI y otras cajas administradas nada casualmente por militantes de La Cámpora la idea siempre presente detrás de la movida fue, y es, convertir a organismos públicos fuertes en instrumentos cautivos del poder central, útiles a los fines más diversos.
Manejado por la ultra cristinista Fernanda Raverta, el fondo de la ANSeS tiene en cartera bonos del Estado por 4,5 billones de pesos, de los cuales 3,3 billones son de los que se ajustan por la inflación.
Según informes de la entidad, también hay $ 620.000 millones invertidos en acciones de empresas privadas y $ 250.000 millones puestos en “proyectos productivos y de infraestructura”. Simplificado, la ANSeS nada en plata.
El punto está, si se quiere, en que los 4,5 billones colocados en títulos públicos se renuevan todo el tiempo o son reemplazados por otros de un valor similar al vencimiento. Luego, lucen como clavados, disponibles para los usos que el poder político decida arbitrariamente, empezando tal cual se ve por el financiamiento del gasto público.
Una muestra de estos días: el aumento del 17% anunciado el viernes para las jubilaciones mínimas a partir de marzo es algo que ya estaba previsto y sólo faltaba ponerle el número. Y el bono que acompañó la medida es otro de esos recursos con formato de ocasionales, que así como aparecen desaparecen sin dejar rastros en los haberes permanentes.
De esta ANSeS rica en títulos públicos son, al fin, la pérdida del poder de compra del 5,6% que sufrieron las jubilaciones en 2022 y la caída del 4,3% real, descontada la inflación, que hubo en 2021. Ajuste puro, los ingresos de uno de los sectores más desprotegidos de la población ya acumulan cinco meses consecutivos barranca abajo.
Nada que festejar, por cierto. Y para ver, cuánto del 17% anunciado por Sergio Massa se come el costo de vida del primer trimestre.
Algo parecido ocurre con la conexión entre un fondo especial que funciona en el PAMI de la camporista Luana Volnovich y el rendimiento de sus inversiones, medido según la calidad de la cobertura de la salud de los jubilados. Lo poco que se conoce de las inversiones lleva el sello de las Letras del Tesoro, como corresponde, y lo que se sabe de los servicios del PAMI salta a la vista.
Ahora, un par de datos fuertes que juntos reúnen el 26% de la deuda del Estado en pesos y son de aquellos móviles y sensibles a los vaivenes económicos. Con idénticos 2,4 billones cada uno, estamos hablando de los bancos públicos y privados y de inversiones previsiblemente colocadas en bonos indexados, o sea, depósitos de los ahorristas que sumados dan $ 4,8 billones.
Sólo para comparar e interpretar, los bancos manejan un paquete de bonos similar al que Raverta tiene disponible en la ANSeS.
Ultimo registro de una serie rigurosamente K. Entre 2021 y 2022, la deuda en pesos del Tesoro Nacional saltó de 6 billones a 13,8 billones. Se duplicó en un solo año. Y fue justo en el año cuando el gasto en jubilaciones bajó 5,6% real; un 37,6% la inversión pública; 47% los aportes a provincias y 11% los subsidios económicos.
Por si aún no se advirtió, en esta historia aparecen unas cuantas cosas de ese armado que, un poco temerariamente, Juntos por el Cambio llama la bomba.
Cualquiera sabe y se sabe de sobra aquí que cuando la incertidumbre, la desconfianza y el desorden económico abundan el riesgo a tiro es que este problemón termine en el mercado cambiario y el sistema financiero.
Y más si ha tomado la forma de una monumental montaña de plata. Urge, entonces, un plan bien articulado, un equipo reconocidamente idóneo y gente con experiencia en gestión pública.
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