ORÍGENES DEL CARNAVAL 'carnem levare' (quitar la carne)

 

ORÍGENES

Carnaval: Del 'quitar la carne' al 'todo vale'

El término carnaval deriva del latín 'carnem levare' (quitar la carne), asociado a la prohibición de comer carne en la Cuaresma. Pero la celebración fue adoptando diversas formas y significados.


Las máscaras, protagonistas del carnaval.

El Carnaval es una de las manifestaciones festivas más populares del mundo, y sus orígenes son inmemoriales. El vocablo proviene del latín 'carnevale', propio de las lenguas romances o neolatinas y que en italiano no ha sido modificado. El italianismo carnaval ha desplazado las formas tradicionales españolas carnal, antruejo y carnestolendas. Se trata de un período de permisividad y crítica social, pero que ha adoptado diversas formas y significados según la época y la región.

Los términos carnaval o carne vale derivan de la expresión latina carnem levare, esto es, quitar la carne, la prohibición de comer carne durante la Cuaresma. El martedì grasso, el último día de Carnaval, se celebraba un banquete desenfrenado -y la carne precisamente era un símbolo de estos excesos- previo al período de ayunos y abstinencias de la Cuaresma, un tiempo de purificación y penitencia que culmina en la Pascua.

En España y otras regiones la han traducido como "carne y vale" , como que todo está permitido durante estos 4 días. Con tantas licencias para el desenfreno comenzaron los desbordes, y en la edad media la Iglesia no las veía con buenos ojos, por tanto prohibieron el festejo popular solo autorizando fiestas privadas.

Festividad pagana

Para el cristiano de la época medieval, el Carnaval era la representación del paganismo: el pueblo se ocultaba bajo máscaras y disfraces, se celebraban desfiles, bailes y comilonas, ardían las hogueras y se sacrificaban animales para atraer a la fortuna.

¿Por qué mencionamos que era un período de permisividad, de crítica social? Porque en él se ridiculizaba a los gobernantes, a los nobles, al clero e incluso la moral religiosa. Esta festividad pagana probablemente hunde sus raíces en las antiguas Saturnales romanas y en las celebraciones orgiásticas en honor a Baco, tan relacionadas a su vez con la finalización de la siembra de inviern o, la entrada del equinoccio de primavera y la fertilidad de un nuevo ciclo.

En un artículo publicado en National Geographic, Javier López relata que los muchos viajeros que llegaban a Venecia en la época de Carnaval -un período que en la república de las lagunas duraba varios meses- quedaban asombrados por el uso generalizado de las máscaras. El francés De Brosses escribía en 1738: "Durante seis meses todos los venecianos van con máscara, incluso los sacerdotes, el nuncio o el guardián de los capuchinos; un cura no sería reconocido por sus feligreses si no llevara la máscara en la mano o sobre la nariz".

Se decía que había madres que hasta ponían un antifaz a sus bebés. Todos iban por las calles a las casas de juego, a los teatros y también a los bailes que algunos particulares organizaban y que constituían una de las diversiones más concurridas.

La moda de las máscaras se difundió por toda Europa, sobre todo en la forma del baile de máscaras. En París, desde principios del siglo XVIII, el Carnaval se convirtió en una sucesión de bailes de disfraces que daban diversión a miles de personas durante noches enteras. Así lo certifica Joachim Christoph Nimeitz, un alemán que cuando tenía unos 30 años pasó una temporada en París, poco antes de la muerte de Luis XIV en 1715 y a principios de la Regencia del duque de Orleans (1715-1723), una época en la que el país vivió una explosión de alegría y hedonismo tras las continuas guerras que definieron el reinado del Rey Sol.

Salones abarrotados y 'todo permitido'

Nimeitz explica que los grandes aristócratas organizaban en sus palacios espléndidos bailes a los que asistían cientos de personas, a veces miles, todas con máscara y los más variopintos disfraces.

En 1714, por ejemplo, el duque de Berry ofreció bailes a lo largo de tres meses, en los que "todo era majestuoso: la música, los refrescos, las confituras, el servici o. Había más de 3.000 máscaras, entre ellas el duque y la duquesa, todos los príncipes, princesas y otros grandes señores de la corte y gran número de los principales habitantes de París. Duraban hasta el amanecer".

Otros bailes eran los que organizaban el duque de Borbón-Condé, el príncipe de Conti, la duquesa de Maine, el embajador de Sicilia y el de España... El embajador español era el duque de Osuna, y ofrecía bailes dos veces a la semana, en lo que gastaba sumas inmensas.

En algunos bailes el acceso era libre, de modo que las salas estaban abarrotadas. En otros se requería invitación o bien se cerraban las puertas cuando el recinto se llenaba. Como estos bailes particulares no colmaban la demanda de diversión de los parisinos, el duque de Orleans aprobó la creación de un baile público en 1716, el "baile de la Ópera", llamado así porque se celebraba en el teatro de la Ópera.

El edificio se habilitaba elevando el parterre para poner lo a la altura del escenario; así, la capacidad era muy superior a la de los palacios. Durante la temporada de Carnaval había baile de la Ópera tres días a la semana -lunes, miércoles y sábado- y la entrada costaba un escudo.

Baile de máscaras en un salón abarrotado (Foto: historia.nationalgeographic.com.es).


La elección de las máscaras y los disfraces con los que acudían a los bailes ponían a prueba toda la creatividad y libertad. Así lo describía Nimeitz: "Aquí tienen libertad de presentars e con todo tipo de máscaras, los hombres con vestido de mujeres, las mujeres con vestido de hombres; con máscaras de todos los países, de todas las edades, de todas las clases, por muy extrañas y absurdas que sean. Aquí todo está permitido, y cuando más rara sea una máscara, más se la admira".

Los bailes empezaban a estar animados a medianoche y se prolongaban hasta la salida del sol, o más allá.

Como comenta Niemitz, "durante toda la noche hasta el amanecer, la gente se divierte. Unos bailan, otros se quedan sentados y charlan, algunos van a tomar un refresco, otros se ocupan de mil maneras".

En la misma sala la orquesta, de treinta músicos, se repartía a ambos extremos, después de tocar juntos una sinfonía para dar inicio al baile. Se bailaban las danzas de moda en la época: minueto, gavota, contradanza, etc. Pero no sólo se bailaba.

Cuanto más lleno, mejor

Una cuestión muy curiosa era que se consideraba que un baile era muy b ueno cuando a uno lo aplastaban De hecho, a menudo debía de resultar muy complicado dar un paso de baile en salas que estaban llenas a rebosar. El mismo Nimeitz dice de un baile que "el número de máscaras era tan considerable que apenas podía uno moverse en las salas. Nos teníamos que quedar quietos allí donde nos encontrábamos, y las máscaras que querían bailar no tenían espacio. Uno se consideraba afortunado si podía atrapar una copa de licor o algún otro refresco en el bufé".

Aun así, a la gente le gustaba el apelotonamiento. Entrado el siglo XVIII, el cronista Sébastien Mercier escribía: "Se considera que un baile es muy bueno cuando a uno lo aplastan; cuanto más tropel, más se felicita uno al día siguiente por haber asistido".

Las mujeres, según Mercier, no se mostraban incómodas, al contrario: "Cuando la muchedumbre es considerable, las mujeres se arrojan a las idas y venidas, y sus cuerpos delicados soportan muy bien que los compriman en todos sentidos en medio de la multitud, que ya permanece inmóvil, ya flota y rueda".

Máscaras para el anonimato (y liberación)

Los bailes de máscaras contaban con un servicio de vigilancia. El duque de Berry, por ejemplo, en los bailes que organizaba tenía a sus guardias "toda la noche con las armas en mano, tanto para desfilar como para impedir los desórdenes". En cambio, otros descuidaban este aspecto y entonces sucedían "cosas horribles", decía Nimeitz. Por temor a estos incidentes las mujeres acudían siempre acompañadas, aunque no necesariamente por sus maridos o prometidos.

Gracias a la máscara cualquiera podía aventurarse en un baile sin temor a ser reconocido, en busca de las emociones que se asociaban con el Carnaval.

Las diferencias sociales no importaban, aunque, según Mercier, los gestos y el modo de hablar delataban la clase social de cada uno, al menos entre las mujeres: "Las meretrices, las duquesas y las burguesas se ocultan bajo el mismo dominó, pero se las distingue; se distingue mucho menos a los hombres; lo que prueba que las mujeres tienen en todo matices más finos y más caracterizados".

Infidelidades fieles

Los bailes de máscaras daban pie a toda clase de aventuras. Nimeitz cuenta el caso de un hombre que, "queriendo un día buscar fortuna en un baile, abordó a una máscara que no conocía ni por el vestido ni por el habla". Era su propia mujer, que había cambiado de disfraz y de voz e iba también en busca de una aventura. Sin reconocerse, ambos prosiguieron la intriga hasta que "los dos tuvieron motivo para reprocharse mutuamente su infidelidad".

En 1781 un incendio arrasó el teatro de la Ópera, lo que obligó a cambiar la sede del gran baile de máscaras de Carnaval.

Al estallar la Revolución Francesa en 1789, las máscaras fueron prohibidas y se rompió la tradición de los bailes de Carnaval. Éstos volverían en 1799, pero ya sin el espíritu fest ivo de décadas anteriores: "La gente no bailaba; se paseaban platónicamente al son de una música que no escuchaban demasiado. La Revolución había dejado en los espíritus un talante grave que dominaba los caracteres hasta en los momentos de recreo".

También fue el fin de la 'mezcla social': la celebración era sólo para hombres y mujeres "de la mejor sociedad".

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Excel atajos de teclado que ahorran tiempo

SanCor Desaparece

Oil Closes the Month on a Strong Note