Dos enfoques del control obrero

ROLANDO ASTARITA
En términos generales, podemos decir que hay dos enfoques principales bajo los cuales se puede plantear la consigna del control obrero. Un enfoque lo podríamos llamar “técnico-reformista-burocrático”, y viene a decir que es necesario el control obrero sobre diversos aspectos de la economía capitalista (la producción, el mercado, el comercio exterior, etc.) con el fin de solucionar, o al menos mejorar parcialmente, la situación de la clase trabajadora, en primer lugar. Paralelamente, el objetivo sería avanzar en alguna medida hacia la socialización de la producción. Si bien se admite que por este camino no se llegaría al socialismo “pleno”, el control obrero, en alguna medida, nos dejaría más cerca de la meta, la sociedad sin explotación de clases. Digo que es un enfoque “técnico” porque, si bien se admiten las implicancias sociales y políticas del control obrero, la forma en que se lo presenta es relativamente ascéptica. El control obrero sería una herramienta apta,en sí misma, para poner límites al capital. Las condiciones sociales y políticas que lo harían posible pasan, en esta formulación, a un segundo plano, o no se subrayan. Por otra parte, se trata de una perspectiva “reformista” porque encierra la idea de que el control obrero puede constituirse en una reforma duradera, similar a las jubilaciones o los seguros de desempleo. Y es burocrático porque, en ausencia de una actividad revolucionaria del movimiento de masas, solo puede ser instrumentado por funcionarios, relativamente autonomizados de las bases. Este tipo de control obrero lo han defendido tendencias obreras y socialistas diversas, tanto en el siglo XIX, como en el siglo XX y hasta el presente.
El segundo enfoque sobre el control obrero pone el énfasis en el aspecto social y político del asunto. Básicamente, sostiene que el control obrero, para ser realmente efectivo, exige que haya una correlación de fuerzas entre el capital y el trabajo que sea altamente favorable al segundo. Esto porque se considera que los problemas “técnicos” anclan, en sustancia, en las relaciones sociales de producción, y en la medida en que no se comience a quebrar el poder del capital, no hay salida duradera. Es por esta razón que, según este enfoque, el control obrero, si ha de abrir una perspectiva progresista para la clase trabajadora, debe ser instrumentado desde el poder. Ya sea, por un gobierno de los trabajadores, que avanza hacia la socialización; o por organismos de doble poder, que surgen al calor de revoluciones. Sería la única manera de establecer una correlación de fuerzas tal que permitiera establecer un control entendido como el control de la clase explotada. Por este motivo, una sociedad capitalista no “aguanta” el doble poder por períodos largos. Existe al respecto una experiencia ilustrativa: durante la revolución rusa de 1917, los trabajadores establecieron el control obrero en muchas empresas. Como respuesta, los capitalistas abandonaban las fábricas, diciendo que “así no se puede continuar”. Por eso, los bolcheviques, una vez en el poder, se vieron obligados a estatizar empresas incluso antes de lo que hubieran deseado. Es claro que este tipo de control obrero no puede ser “reformista” (no se puede estabilizar, ni siquiera relativamente, bajo el capitalismo), ni burocrático. Es por esto que el control obrero, entendido en este sentido “social y político”, es una medida de transición al socialismo. Exige ser articulado con toda otra serie de medidas, y apoyado en la fuerza social de la clase explotada; en este contexto, impulsa a la abolición de la propiedad privada del capital.
El meollo de mi argumento frente al trotskismo
Mi diferencia con el trotskismo puede ser difícil de captar porque, en principio, tenemos un acuerdo básico: si el control obrero ha de jugar un rol progresista, debe ser entendido en el sentido “social”, y no como una mera cuestión técnica y burocrática. Esto es, coincidimos en que el control obrero exige que la clase trabajadora se lo imponga al capital, porque de lo contrario estaríamos reproduciendo algunas de las muchas variantes del “control” obrero burocrático (pensemos en la dirección de la Unión Ferroviaria “controlando” los ferrocarriles, etc.). ¿Cuál es entonces la diferencia?
La diferencia reside en que, al plantear, como hace el trotskismo, la necesidad de establecer el control obreroya, para solucionar los problemas de las masas explotadas ahora, la medida no es planteada en el sentido social. Esto porque se la presenta aislada de las condiciones necesarias para que sea una medida de control de la clase obrera, y no una medida de control técnico y burocrático. Es que en un sentido transicional, la medida, hoy, es irrealizable. ¿Por qué? Pues porque no se puede imponer un control al capital si la relación de fuerzas es claramente favorable al capital. En otros términos, sostengo que es un sinsentido pensar que el control social, de clase, sobre la producción, pueda establecerse sin una relación social favorable al trabajo. Y sostengo que, por esta misma razón, la consigna solo es realizable, hoy, en Argentina, en el sentido “técnico-reformista-burocrático”. Por este motivo, cuando se agita la consigna, en la idea de que podría ser instrumentada ya, se está cambiando el pretendido contenido “transicional”, de hecho. Y no hay forma de que suceda de otra manera, dada la actual correlación de fuerzas. Mi crítica es que esta cuestión no se explica ni aclara en el debate frente a las grandes audiencias (otro tema es la prensa trotskista, los documentos “internos”, etc.). Pienso que esto no se debe a traiciones, sino a la propia lógica de la situación. Es que no hay forma de hacer potable la consigna del control obrero, entendido con el contenido de “social”, o “de transición al socialismo”, en la actual coyuntura argentina. Utilizo el término “potable” en el sentido que sea adoptada por el movimiento de masas como demanda a ser impuesta en lo inmediato.
Un ejemplo concreto
Veamos lo anterior con un ejemplo concreto. Poco antes de las elecciones generales, hubo en Argentina un inicio de corrida cambiaria, lo que provocó bastante conmoción y debates. Era natural que el tema estuviera en la agenda de discusión electoral. ¿Cuál fue la propuesta entonces del trotsksimo? El control obrero del mercado cambiario, junto con la estatización de grandes bancos. En principio, la medida parece muy “concreta” y hasta “práctica”, pero el problema es que nunca se explicaba en qué condiciones sociales y políticas ese control obrero del mercado cambiario podía funcionar. Por lo tanto, cuando se formulaba por TV y otros grandes medios (que es en definitiva lo que llega a la gente), la medida aparecía en el sentido “técnico”. Por esta razón -lo he visto en programas de TV- hasta parecía ser aceptable para muchos periodistas de buen sentido común reformista-progresista. El dirigente del FIT explicaba que para frenar la corrida al dólar, lo inmediato era aplicar el control obrero sobre el mercado. Todo muy “práctico” y “concreto”. Pero nunca explicaba qué encerraba ese “control obrero”, cómo se podía implementar, ni qué implicaba. Es que si se indaga un poco, el asunto se cae. Por ejemplo, si se establecen controles cambiarios, rápidamente va a aparecer el mercado negro. Pero combatir el mercado negro exige una movilización de tipo social, así como un plan articulado de otras medidas (la represión en sí misma se agota). De la misma manera, cuando hay control cambiario empieza la sobre y subfacturación; pero para combatirla, habría que entrar en la contabilidad de las empresas, lo que exige afectar los derechos de propiedad del capital. Y así podríamos seguir. Lo importante es que el control, para tener un sentido progresista (esto es, si se desea que abra una nueva perspectiva social) debe ser un control de clase, del trabajo, e impuesto al capital. Por eso, la medida (insisto, entendida en este sentido, diríamos “transicional”) no se sostiene sin muchas otras, y todas exigen una movilización de tipo revolucionaria. Pero si ésta no existe, el control obrero cambiario deriva en el control técnico-reformista-burocrático, del que hablamos. No hay forma de evitarlo. Los reformistas le llamarán “control obrero”, aunque no cambia nada de fondo. El capital no es controlado, sino es el capital el que sigue “controlando” al trabajo.
Es a partir de esto que sostengo que, en las condiciones ideológicas y políticas imperantes, la consigna del control obrero tiende a ser interpretada en sentido técnico-reformista-burocrático. Y esto suponiendo que la consigna sea tomada en consideración. Porque muchas veces, la mayoría de la población ni siquiera la considera, ya sea porque piensa que es impracticable, o porque se intuye que, en las condiciones actuales, no mejorará mucho las cosas.
Algunos argumentos
Examino ahora, brevemente, algunos argumentos que se han presentado en defensa de la consigna “control obrero”.
Un primer argumento es que la consigna, de alguna manera, plantea una perspectiva socialista, y por eso es conveniente. Mi respuesta es que, si no se explica en qué se diferencia el “control obrero” que defiende la izquierda, del control obrero burocrático, no hay manera de abrir perspectiva socialista alguna. Para encuadrar el control en un marco socialista, hay que explicar a la gente (esto es, no solo en la prensa partidaria) en qué sentido se está presentando la consigna, qué exige su aplicación y por qué. Pero esto no es lo que se hace.
Un segundo argumento sostiene que la consigna del control obrero (como otras medidas transicionales) debe plantearse de una forma “inocente” a las grandes masas, porque el objetivo es empezar una movilización. La idea es que una vez que arranque la movilización, las masas trabajadoras sacarán las conclusiones de lo que hace falta para que medida sea efectiva. El problema con esto es que si la medida del control se aplica de manera burocrática, no hay forma de que la cosa evolucione a estadios “revolucionarios superiores”. No existe ese “proceso-escalera ascendente”. Las experiencias están mediadas por las ideologías, los discursos, las esperanzas y las frustraciones, y muchos otros factores. En algunas empresas, en algunos países y períodos, en condiciones “normales” de dominio del capital, se ha establecido el control obrero burocrático, y esto no generó ninguna corriente apreciable de trabajadores que sacaran conclusiones “socialistas” de los experimentos. Más bien lo que hubo fue resignación o “dejar hacer”.
Un tercer argumento sostiene que la consigna es útil porque los socialistas aparecen dando soluciones “prácticas”, “palpables”. De lo contrario, estarían incurriendo en “propagandismo abstracto”. Pero la realidad es que si la consigna está desligada de las condiciones en que puede ser aplicada de forma progresista y socialista (o en transición al socialismo), deviene abstracta. En otras palabras, aquellos que quieren ser “concretos” hablan sin conectar con lo que sucede en la realidad. Si, además, se quiere sostener que la consigna es aplicable porque “hay una situación revolucionaria en gestación”, el despegue con la realidad será todavía más acentuado. Por supuesto, una alternativa es explicar que un gobierno revolucionario de los trabajadores y socialista implementaría una serie de medidas de transición, articuladas y respaldadas con poder, para comenzar a solucionar los problemas y sufrimientos que sufre el pueblo. Pero esto es muy distinto a decir “luchemos por implantar (o exigir) el control obrero ya”.
Un cuarto argumento admite que es correcto decir que el control obrero, en las actuales circunstancias, solo se puede aplicar de manera burocrática, pero que de todas maneras sería un avance (del mismo modo que es un avance cualquier consigna mínima, reivindicativa, o avance organizativo). Si esto es así, entonces hay que decirlo abiertamente: habría que plantear, públicamente, que en estas condiciones, el control obrero solo podría ser instrumentado por la burocracia, en colaboración con el capital. Habría que decir entonces que esto es progresivo. Por supuesto, discrepo totalmente con esta idea. El control obrero burocrático solo sirvió para fortalecer a la burocracia sindical, el conciliacionismo de clases, y el control sobre el trabajo. Si se sostiene este argumento, que el control burocrático es un avance, también, habría que admitir, abiertamente, que eso no tiene punto que ver con la consigna de control obrero que planteó Trotsky en el Programa de Transición(con todas mis críticas y diferencias con Trotsky, el fundador de la Cuarta Internacional estaba a una altura muy superior a la de algunos de sus epígonos).
Conclusión
Estos son, a mi entender, los argumentos principales. Mi punto es que la consigna del control obrero no puede aplicarse, o instrumentarse, en la actual situación de dominio del capital “normal”, y que esto debe explicarse. Al no contextualizarse la consigna, se la está presentando, en los hechos, en el sentido técnico-reformista-burocrático, a pesar de la buena voluntad revolucionaria. La crítica se apoya, además, en la experiencia: décadas de agitación por el control obrero, bajo situaciones similares a las que vivimos hoy en Argentina, no han llevado a ningún avance significativo de las fuerzas del socialismo. Las masas trabajadoras no toman esta consigna (en su sentido transicional) en condiciones no revolucionarias. Las experiencias incluso más recientes, como las de “control obrero” bajo el régimen chavista, no parecen haber sido otra cosa que casos de control burocrático (y con resultados nada destacados, para decirlo de manera suave). Repetir durante décadas y décadas la misma consigna “solución”, no mejora las cosas. Es necesario encarar un debate a fondo de estas cuestiones tácticas y políticas en la izquierda.

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