BANCOS: Grandes Ganadores en la Última Década
INFORME DE ECOLATINA
Una primera mirada al sistema financiero local muestra a las claras que fue uno de los de mayor dinamismo, no sólo de la última década sino también en los años recientes, erigiéndose como uno de los grandes ganadores a la hora de realizar comparaciones entre los distintos sectores de la economía argentina.
Una primera mirada al sistema financiero local muestra a las claras que fue uno de los de mayor dinamismo, no sólo de la última década sino también en los años recientes, erigiéndose como uno de los grandes ganadores a la hora de realizar comparaciones entre los distintos sectores de la economía argentina.
En este contexto se enmarcan los proyectos del gobierno y de
parte de la oposición de gravar la renta financiera, así como las
medidas recientemente aplicadas por el BCRA para limitar las comisiones
cobradas por los bancos, la exigencia de otorgamiento de crédito a tasas
reales negativas y la ya aprobada reforma al Mercado de Capitales.
Cabe aclarar que la mayoría de estas medidas en esencia no sólo
son justificables sino también deseables. Sin embargo, ni el sistema
financiero doméstico es tan sólido cuando se lo analiza en detalle, ni
el diseño de las medidas y/o proyectos traerían aparejados todos los
beneficios que en un principio se supondría, en un contexto de elevada
inflación y ausencia de un plan de reforma tributaria integral.
Al hacer un balance del sector financiero -y bancario en
particular- en los últimos diez años se observaron claros y oscuros.
Dentro de las virtudes destacan una creciente participación sobre el
PBI, un aumento en el grado de bancarización de la población y una mejor
performance de los indicadores de rentabilidad, sustentados en una baja
irregularidad de cartera, una considerable liquidez y una significativa
reducción del descalce de monedas.
Por el lado de los defectos, el plazo de los depósitos del
sector privado continúa en descenso, el crédito se centra crecientemente
en la financiación del consumo (en contraposición a la inversión), y el
stock todavía es acotado respecto de otros países de la región.
Además, tanto el crecimiento del sector como sus indicadores de
rentabilidad no son tan favorables como a primera vista muestran las
cifras oficiales.
Como ejemplo ilustrativo de la performance del sector, basta
observar que en 2012 la Intermediación Financiera llegó a representar el
60% del crecimiento del PBI (tomando las cifras del INDEC), con una
expansión de casi 20% anual frente a la expansión de 1,9% de la economía
en su conjunto.
Debido a sus altas tasas de crecimiento, en diez años pasó de
representar un 4,5% del VABP (Valor Agregado Bruto de Producción) a un
7,5%, erigiéndose como el segundo sector de mayor crecimiento relativo
de la economía (antecedido por Transporte & Comunicaciones).
Sin embargo, dicho proceso se concentró entre 2007-2012 ,
coincidiendo con el período en el que las estadísticas del INDEC
comenzaron a ser cuestionadas. En este sentido, considerando que el
cálculo del crecimiento real de la Intermediación Financiera se mide a
parir de la facturación, para luego deflactarlo y llevarlo a volúmenes,
la subestimación de precios habría “inflado” su performance frente a
otros sectores, que son medidos directamente en cantidades.
Pero aún así, dejando de lado las salvedades metodológicas del
caso, es indudable que el sector muestra una fuerte dinámica, con
depósitos en plazo fijo en moneda local creciendo a tasas mayores al 40%
i.a., llegando a superar incluso el 50% i.a. a principios de año (bien
por encima de la tasa de inflación). Sin embargo, buena parte de esta
aceleración fue motorizada en el último año y medio por la incapacidad
de acceder al mercado de cambios formal, generando una masa de pesos
para la que escasean alternativas de inversión.
Además, se observa un progresivo acortamiento de los plazos:
mientras que en 2007 los plazos fijos privados en pesos hasta 60 días
representaban un 50% del total, actualmente superan el 60%.
Equivalentemente, los plazos fijos a más de un año, que una década atrás
representaban un 5% del total, hoy suman tan sólo un 1% del total.
Finalmente, cepo cambiario mediante, el desarme de los
depósitos en moneda extranjera significó un duro golpe para el sector,
así como también para la hoja de balance del BCRA y sus reservas
internacionales.
Asimismo, al analizar la dinámica del crédito, también se
conjugan una serie de virtudes y defectos: mientras que los préstamos al
sector privado hace diez años alcanzaban a 8% del PIB, actualmente
representan 17,4% del Producto. Sin embargo, los destinados al Consumo
(Personales y Tarjetas) fueron los más dinámicos de la década, pasando
de representar un 17% del crédito total hasta el actual 40%, en claro
detrimento de los préstamos de Garantía Real (Prendarios e Hipotecarios)
que recorrieron el camino inverso en igual proporción (del 40% al 17%
del crédito total).
Esta estructura del crédito fue beneficiosa en los años
post-convertibilidad, cuando el consumo se hallaba fuertemente
resentido, imprimiéndole dinamismo a la economía (recordemos que por
entonces la elevada capacidad ociosa no hacía tan necesario el crédito
productivo, dado que el primer paso era reutilizar la capacidad
instalada).
Pero con la capacidad operativa cerca de sus límites, el hecho
de que se haya mantenido una composición del crédito sesgada hacia el
consumo y no hacia la inversión, afectó claramente el potencial de
crecimiento económico.
Adicionalmente, según cifras del Banco Mundial, cuando se
compara el crédito doméstico provisto por el sector bancario en
proporción del PBI, en Chile el ratio duplica al de Argentina, mientras
que el de Brasil lo triplica.
En lo que respecta al resultado financiero del sector bancario,
luego del colapso post-convertibilidad, cuando alcanzó su peor registro
(exhibiendo un déficit de $ 15.800 M en 2002), el rojo se fue
reduciendo y a partir de 2005 se volvió positivo. Desde entonces las
ganancias fueron en aumento, hasta alcanzar un crecimiento del 35% en
2012, aunque dicha expansión se reduce a 8% anual cuando se le descuenta
la inflación minorista alternativa.
En este sentido, la reducida irregularidad de cartera (2%
frente al 30% de una década atrás), niveles de liquidez favorables y
diferenciales de tasas (activas menos pasivas) superiores al 10% fueron
factores que contribuyeron al crecimiento del sector bancario, aunque
sus resultados se moderan cuando se quita del cálculo el efecto de los
precios.
En los indicadores de rentabilidad se ve reflejada parte de
dicha performance: el ROE (Resultado sobre Patrimonio Neto) pasó de
-8,1% en 2004 a 22,9% en mayo de 2013 (esto puede interpretarse como el
margen de ganancia de los bancos medido como el beneficio relativo a sus
recursos económicos). Por otro lado, el ROA (Retorno sobre Activos), si
bien pasó de cifras negativas en 2004 (-1,0%) al actual 2,9%, deja en
evidencia que la rentabilidad no ha mejorado tanto como sugiere el
primer indicador.
El beneficio de las medidas se diluye en ausencia de una reforma integral
Enmarcado en la discusión más general del Impuesto a las
Ganancias, comenzó a tomar fuerza en las últimas semanas la posibilidad
de gravar la renta financiera. Considerando que dicho impuesto alcanza a
los ingresos provenientes de la cuarta categoría (asalariados y otros),
la razonabilidad de eliminar la exención a la renta financiera luce
evidente (además, los proyectos en general contemplan elevar el mínimo
no imponible de esta categoría).
El proyecto del oficialismo apunta a tributar los depósitos que
generan rendimientos de más de $ 100 mil anuales (este es el monto que
trascendió que tomaría el gobierno como referencia, mientras que otros
proyectos contemplan montos considerablemente superiores).
De esta manera, teniendo en cuenta la actual tasa de interés
para los depósitos, la medida aplicaría a los plazos fijos de personas
físicas por montos superiores a los $ 625 mil (las rentas financieras de
las sociedades y empresas ya están gravadas). Pero dado que menos del
15% del total de los depósitos a plazo (de personas físicas residentes
en el país) están constituidos por montos superiores a este límite, la
medida tendría un alcance limitado.
Tomando en cuenta los cálculos del Presupuesto Nacional 2013,
la exención de este tributo significa que el fisco deja de percibir este
año $ 2.819 millones en concepto de “Intereses de depósitos en
entidades financieras y de Obligaciones Negociables percibidos por
personas físicas”.
Sin embargo, este monto considera gravable a todo el universo
de personas físicas. Si se tiene en cuenta que los depósitos inferiores a
los $ 625 mil continuarían exentos (85% del total depositado por
personas físicas), la recaudación adicional bajo este concepto se
reduciría a tan sólo $ 500 millones para los próximos 12 meses.
Adicionalmente, si consideramos que los proyectos de quita de
exención a la renta financiera incluirían también los intereses
devengados de Títulos Públicos (bajo dicho concepto el Presupuesto
estima en 2013 un monto no percibido del orden de los $ 2.450 millones),
el fisco obtendría en total $ 2.950 millones.
Este monto representa 0,4% de la recaudación total
presupuestada y 1,8% del Impuesto a las Ganancias, una suma que a
primeras no resulta significativo (sin tener en cuenta el efecto
contrapuesto de la elevación del mínimo no imponible a los trabajadores
de la cuarta categoría). Pero aún así, ya sea con un mayor o menor
impacto sobre la capacidad recaudatoria, en términos de equidad
tributaria la medida resulta razonable.
Sin embargo, fijar un impuesto a partir de un monto nominal
fijo de renta en un contexto inflacionario genera que progresivamente
más agentes sean alcanzados por el tributo, perdiendo la intención de
mantener exentos a los ahorristas más pequeños. De esta manera, la
medida pecaría de los mismos defectos del actual diseño del gravamen de
ganancias, con escalas que van quedando permanentemente desactualizadas.
Más aún, la medida supone que el depositante cargue con un
tributo adicional sobre una renta que en términos reales ya es negativa,
dado que la tasa de inflación supera el rendimiento de los depósitos.
El otro riesgo es que el beneficio fiscal y/o distributivo se vea
opacado por un traslado a las tasas de interés, dado que un eventual
desarme de los depósitos como consecuencia del tributo podría generar
una baja de la liquidez que presionaría las tasas hacia arriba.
En esta misma línea, recientemente se publicó una normativa que
le impone topes a las comisiones y a las tasas que se cobran por las
tarjetas de crédito, así como la eliminación de ciertos cargos y
comisiones por servicios bancarios a fin de reducir el Costo Financiero
Total (CFT) del crédito.
Esta medida podría fundamentarse en que las ganancias netas de
las comisiones de entidades financieras exhibieron un incremento anual
promedio de 25,5% en el último lustro, representando un 16% del total de
los ingresos del sistema. Así, los ingresos por comisiones cubren un
20% de los egresos totales y un 62% de los gastos salariales del
sector.
Restará ver si la nueva normativa no termina generando una suba
en las tasas activas para compensar los menores ingresos por servicios
bancarios. A este fin apunta la reciente normativa del BCRA que
contempla computar el dinero en los cajeros automáticos como parte de
los encajes, quitando presión sobre la liquidez bancaria de manera de
evitar una suba en las tasas.
Por otra parte, estas medidas se plantean en un contexto en el
que las expectativas de una suba del Dólar informal presionan al alza
sobre las tasas pasivas como mecanismo de arbitraje, pero en el que,
simultáneamente, el gobierno busca evitar un salto de una magnitud tal
que se transfiera a las tasas activas, afectando el crédito (y por ende
la actividad) en un contexto pre-eleccionario.
Por esta misma razón, el Poder Ejecutivo exige a los bancos
otorgar créditos para la inversión a tasas “subsidiadas”, poniendo más
presión sobre los resultados del sistema. Por caso, a mediados del año
pasado se lanzó la línea de Créditos para la Inversión Productiva (las
entidades financieras deben destinar 5% de sus depósitos a préstamos a
tres años, a tasas de 15,25%).
Esto incidió en los diferenciales de tasas: el spread bancario
cayó 200 pbs en lo transcurrido de 2013, exclusivamente por la suba en
las tasas pasivas (las activas se mantuvieron estables), aunque aún se
mantiene en torno del 10%.
Pero más allá de las especificidades técnicas de los proyectos
en cuestión, su incidencia (en términos fiscales y de equidad) será
exigua en la medida en que se siga dilatando tanto una reforma integral
de la estructura tributaria como la solución de los actuales
desequilibrios macroeconómicos.
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