EL 60% DEL GASTO PÚBLICO SE VA EN APORTES A EMPRESAS DEL ESTADO DEFICITARIAS Y A JUBILACIONES SIN APORTES
(Idesa).
El impresionante crecimiento del gasto público de los últimos años es la causa principal de la alta inflación y la inestabilidad cambiaria. Resulta curioso que las áreas del sector público que más contribuyen al desborde fiscal y donde más reformas se necesitan no fueron afectadas de manera directa por el cambio de gabinete.
Sin un replanteo de las decisiones de gasto público tomadas con mucha demagogia, improvisación y poco sentido de responsabilidad no hay posibilidades de detener la pérdida de reservas y recuperar el crecimiento.
El impresionante crecimiento del gasto público de los últimos años es la causa principal de la alta inflación y la inestabilidad cambiaria. Resulta curioso que las áreas del sector público que más contribuyen al desborde fiscal y donde más reformas se necesitan no fueron afectadas de manera directa por el cambio de gabinete.
Sin un replanteo de las decisiones de gasto público tomadas con mucha demagogia, improvisación y poco sentido de responsabilidad no hay posibilidades de detener la pérdida de reservas y recuperar el crecimiento.
El cambio de parte del gabinete genera expectativas. Aunque en el plano de las declamaciones se hable de “profundización del modelo”, es indudable que las preocupaciones pasan por encontrar
estrategias para afrontar la elevada inflación, la inestabilidad del
dólar, la pérdida de reservas y la desaceleración de la actividad
económica.
Las esperanzas de cambios radican en que junto con el
desplazamiento de funcionarios –la mayoría muy cuestionados– aparecen
nuevos temas de agenda como el desdoblamiento cambiario creando un “dólar turista” para
desalentar la fuga de divisas por gastos en el exterior, la aceleración
de la devaluación del tipo de cambio oficial y la morigeración de los
aumentos salariales.
Sin entrar a evaluar la pertinencia del cambio de funcionarios y de
políticas que ellos impulsarían, el punto más preocupante es que
parecería que se sigue subestimando las implicancias del desborde
fiscal.
En este sentido, los datos que publica el propio Ministerio de Economía señalan que entre los años 2004 y 2013,
los ingresos tributarios y de seguridad social del sector público
nacional se expandieron en $290.000 millones en términos reales (o sea,
corregidos por inflación), mientras que el gasto público creció en
$420.000 millones. Este impresionante aumento de gasto público nacional se explica por:
·Un 34% los subsidios económicos a empresas privadas y públicas deficitarias.
·Un 24% por las jubilaciones sin aportes (moratorias y pensiones no contributivas).
·Un 18% por el incremento del gasto asociado al empleo público.
Estos datos muestran que, si bien el crecimiento del gasto público
es generalizado, algunos componentes tienen una incidencia decisiva en
la expansión. Casi el 60% del aumento en las erogaciones se
origina por subsidios para sostener empresas privadas con tarifas
retrasadas y empresas públicas deficitarias y jubilaciones sin aportes.
Si a esto se le agrega la incidencia del mayor gasto en empleo público
se llega a explicar tres cuartas partes del aumento del gasto público
nacional.
El exceso de gasto público, muy por encima del aumento de
la recaudación, obliga a una masiva emisión monetaria que es el
principal factor causante de la alta inflación.
El desdoblamiento cambiario, la devaluación del tipo de cambio
oficial, las restricciones a las importaciones, los controles sobre
precios y salarios, son estrategias que actúan sobre los síntomas pero
no atacan la enfermedad. Dicho de otra manera, no hay política, por más
ingeniosa y audaz que sea, que permita eludir la imperiosa y urgente
necesidad de moderar el ritmo al que se viene expandiendo el gasto
público.
Por eso, controlar las erogaciones es el principal desafío del
gabinete renovado y resulta paradójico que las aéreas del sector público
que más reformas necesitan –porque son las que más vienen contribuyendo
a la expansión del gasto público en los últimos años– son las menos
afectadas por el cambio de funcionarios.
En materia previsional, la experiencia de otros países de la región
demuestra que con un diseño menos rudimentario que las moratorias de
Argentina se puede ampliar la cobertura de manera sustentable y mucho
más equitativa. Con sentido análogo se pueden reducir drásticamente los
subsidios económicos y mejorar la distribución del ingreso dejando de
subsidiar a las empresas y subsidiando a las familias con esquemas de
tarifas sociales para los servicios públicos.
En relación al empleo público hay que tomar la decisión de
profesionalizar los recursos humanos partiendo de erradicar su uso para
alimentar estructuras políticas y distribuir favores personales.
El “cepo” cambiario, el control de precios, las
manipulaciones en el INdEC, los obstáculos a la exportaciones y a las
importaciones, las amenazas a empresarios son improvisaciones adoptadas
ante las presiones inflacionarias que genera el desborde fiscal.
Desactivarlas y cambiar funcionarios va en el sentido correcto. Pero el
desafío más importante y complejo es abandonar la demagogia y
profesionalizar el sector público.
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