La "avivada" del Gobierno
No hay nada más lindo que poder odiar a pata tendida a petroleras, mineras y sojeros.
Adrián Simioni.
La Voz del Interior 27.1.12
No hay nada más lindo que poder odiar a pata tendida a petroleras, mineras y sojeros. Siempre tienen comprados todos los boletos. Anteayer, con un discurso pletórico de ironías, Cristina Fernández nos dio el gusto con las petroleras.
Y ella se dio el gusto de explotar los bajos instintos de una porción importante de la sociedad, que mira el mundo a través de fuertes prejuicios antiempresariales. Siempre reditúa hablar mal de “los malos”. Con un par de frases efectistas y sin que nadie pudiera retrucarle nada (¿en qué entrevista, en qué debate podría hacerse?) Fernández, por ejemplo, acusó a las petroleras por la caída en la producción de hidrocarburos, por falta de inversiones.
“Es bueno que se notifiquen (las petroleras) de que es necesario reinvertir en el país”, y de que son sólo concesionarias de algo que es propiedad del Estado, dijo, para agregar que “ya no estamos en la época del Virreinato”.
En efecto, son las provincias las dueñas del subsuelo. Y por eso, desde 1991, las petroleras pagan regalías. Desde 2002, además, pagan retenciones a las exportaciones, algo que, como pasa con la soja, reduce el valor del petróleo en boca de pozo y, por ende, achica las regalías provinciales. A cambio, la Nación, que no es la dueña, recibe recursos extraordinarios.
Además, desde hace décadas, los combustibles han sido cargados con numerosos impuestos, algunos con fines específicos, adicionales a los tributos generales que paga cualquier otro sector.
Así, distintos niveles del Estado reciben buena parte de la renta del petróleo y del gas, como corresponde. Por ejemplo, desde 2003 a 2011, el Estado recibió por estos ingresos extraordinarios un total estimado en casi 48 mil millones de dólares. Pero el Estado se comió ese enorme capital. No invirtió en explorar o en desarrollar nuevas formas de energía, que era para lo que el propio Gobierno había dicho que creaba Enarsa, transformada hoy en una trader que importa gas y gasoil a precios que triplican los locales.
Como pasó con la carne, el déficit fiscal y tantas otras cosas, también en esto especialistas y empresas habían advertido sobre las consecuencias de la política oficial.
En ocho años, el Gobierno prefirió usar la plata para crear la ilusión de que la energía es barata. Y las provincias, para alimentar sus burocracias. Ahora falta dinero. El Gobierno ya no puede simular precios bajos, pero tampoco invertir. Entonces, Cristina se “aviva” y culpa a los demás.
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