FERNANDA VALLEJOS: U$S 37.000.000.000 DE NUEVA DEUDA EXTERNA. ¿QUE SIGA EL BAILE?
El gobierno de Cambiemos volvió a colocar deuda externa en el mercado estadounidense, durante la jornada de ayer, por casi U$S 3.000 millones. Esto sin importar que, tras la emisión de los U$S 16.500 millones para pagar la capitulación frente a los buitres, el propio Prat Gay había sostenido que se trataría de la última emisión del año.
Desde que Mauricio Macri asumió al frente del ejecutivo nacional se interrumpió el ciclo soberano de desendeudamiento que había caracterizado a la política argentina durante los 12 años anteriores. La carrera marcha atrás, en materia de deuda externa, comenzó con el arrebato propio de un adicto sometido a un periodo de abstinencia. Primereó la provincia de Buenos Aires, gobernada por la oficialista María Eugenia Vidal, ex vicejefa de gobierno porteña durante la gestión Macri, que el 9 de marzo colocó con U$S 1.250 millones a una tasa altísima del 9,125% anual. Luego, el gobierno nacional dio el batacazo, al inclinarse ante los buitres en Nueva York, lo que implicó la colocación de deuda por U$S 16.500 millones, la mayor emisión para un país emergente de que se tenga registro junto con aquella que hizo México tras el “efecto Tequila”, en 1996, por U$S 16.000 millones.
El nuevo ciclo de endeudamiento externo, público y privado, hoy acumula U$S 37.000 millones, de los cuales U$S 5.000 corresponden a emisiones de Estados provinciales, que se extenderían, al menos, hasta los U$S 8.200 hasta fin de año. Por su parte, las grandes empresas están haciendo su aporte al endeudamiento externo con algo más de U$S 2.000 millones de deuda privada, en lo que va del año. El resto, unos U$S 27.000 millones, es obra del gobierno nacional, con las diligentes gestiones de los GP Morgan boys, Alfonso de Prat Gay y Luis Caputo, a los que ahora deberemos sumar los más frescos U$S 2.750 millones. En este caso, se trata de dos colocaciones: una por U$S 1.000 millones, a 12 años, con una tasa del 6,625% anual, pagadero semestralmente; la otra, por un U$S 1.750 millones, a 20 años, con un interés anual del 7,125%.
Paralelamente con esta emisión, a través de la decisión administrativa nro. 655 se modificó el presupuesto 2016, ampliándolo en $ 1.311,8 millones. A pesar del profundo ajuste aplicado por el gobierno nacional, la expansión del déficit que tanto -se supone- mortifica a la ortodoxia, sigue en expansión. Mientras que el de 2015 ascendió a 2,3% del PBI, este año, en cambio, de cumplirse las previsiones originales de Prat Gay, el déficit llegaría a más del doble del de 2015, porque, de un lado, el gobierno decidió dejar de percibir algunos de los principales recursos, como el caso de las retenciones, entre otros impuestos (autos de lujo, rentas financieras, impuesto a la riqueza), mientras que, del otro lado, la recaudación sigue cayendo (en junio creció apenas el 24% en términos nominales en tanto la inflación anual es, a la fecha, del 42% según reconoció el ministro de Hacienda), en sintonía con la recesión económica del país. Si la política fiscal contractiva que lleva adelante el gobierno estrangula la capacidad recaudatoria del Estado, la política monetaria también restrictiva, hace con aquella un cóctel conocido y peligroso. El camino elegido por el gobierno neoliberal de Mauricio Macri, impulsa que la atención de los gastos del Estado, incluso aquellos denominados en pesos -que no requieren divisas para ser afrontados- sean atendidos con la toma de más deuda externa.
Se trata, sin lugar a dudas, de una política de patas cortas, en un contexto donde la Argentina ya acumula U$S 37.000 millones de nueva deuda, la economía dejó de producir divisas genuinas ya que la apertura importadora sumada al escenario de crisis del comercio mundial ha provocado una situación de déficit comercial (salen más dólares por importaciones que los que ingresan por exportaciones). Pero la política de tapar tanto el rojo fiscal como comercial con endeudamiento a través de los mercados financieros internacionales tiene corta vida y, más temprano que tarde, termina por agotarse. Los argentinos lo sabemos sobradamente: valga el recuerdo del 2001 como botón de muestra.
Mientras tanto, las presiones devaluacionistas ya están instaladas y presenta serias dudas la capacidad -o aun la voluntad- del Banco Central de Federico Sturzenegger, para contener el valor de la divisa estadounidense, frente a las decisiones del propio gobierno de habilitar la compra de U$S 5.000.000 mensuales para la fuga y con apenas un 10% del total de reservas líquidas. La debilidad del frente externo es flagrante, máxime con un gobierno que se ha mostrado, desde el inicio, demasiado ávido de satisfacer las apentencias de sus amigos exportadores y banqueros extranjeros.
Mientras la “lluvia de dólares” brilla por su ausencia (en tanto algunas entidades internacionales recomiendan a sus clientes no invertir en Argentina, dado el repentino derrumbe de su economía) y el blanqueo luce incierto, lo preocupante es la rigidez intelectual del gobierno a la hora de diseñar políticas en un país que entra al segundo semestre en recesión, resintiendo la recaudación pública, con déficit fiscal y comercial en expansión, y un poder económico voraz a la hora de dolarizar, devaluar y fugar. Por ahora, parece que la única alternativa que concibe el equipo económico de Macri, para hacer frente tanto al exceso de importaciones y fuga, cómo al déficit de recaudación fiscal es la toma de nueva deuda externa, con la que hay que pagar, además, la deuda vieja, abandonado el programa de desendeudamiento. Es cierto que hay margen, gracias a aquel. Pero no es menos cierto que la capacidad de endeudarse no es infinita. El gobierno, que ya se gastó U$S 37.000.000.000 de ese crédito, debería saberlo
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