ILUSIONES
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En economía se llama “ilusión monetaria” al fenómeno que confunde la evolución “nominal” de un monto de dinero, con su cambio “real”. En otras palabras, un aumento salarial del 25% nominal con una inflación del 30%, es, en la práctica, una reducción salarial, mientras que un incremento del 5% sin inflación es un aumento real, aunque 25% “suene” mucho más que 5%. Esto, que es una obviedad perogrullesca para la mayoría de nosotros, no parece serlo en el marco de lo que está sucediendo en la economía argentina de estos días. En efecto, se anuncian “récords de recaudación de impuestos”, cuando dicha recaudación responde no sólo al crecimiento económico o a la eficiencia de la AFIP, sino, sobre todo, a la inflación que influye en los montos sobre los que se calculan las alícuotas impositivas. También se anuncian aumentos importantes de la jubilación, pero, otra vez, estos aumentos están dominados por la evolución de la recaudación previsional pasada, la que, a su vez, se incrementó con la inflación. (Más allá, nobleza obliga, de reconocer que hay un incremento “real” de la jubilación mínima, en estos años, aunque, no de la media y mucho menos de las de mayores escalas). Y también hay ilusión monetaria en los balances de las empresas no ajustados por inflación. La “ilusión”, aunque no monetaria, también se extendió, por un tiempo al menos, a ciertos productos y servicios. Por ejemplo, se mantuvo bajo el precio de la carne, al limitar su exportación. Esto llevó a que muchos productores vendieran las vacas –las máquinas de hacer carne- para salir del negocio. Mientras vendían, los precios bajaban por sobreoferta, pero cuando las vacas disponibles se redujeron, se achicó la producción de carne y los precios explotaron. El consumo de carne cayó, y el negocio se achicó violentamente y ahora habrá que esperar que los productores que sobrevivieron recompongan lentamente su stock. También fue una ilusión, la idea de que se podían mantener bajos los precios de la energía, mientras el precio del petróleo en el mundo se multiplicaba por cuatro o por cinco. El Estado pagó la diferencia, recaudando más impuestos, y recurriendo al endeudamiento con el Banco Central, o con otras reparticiones públicas, pero desalentando la producción local y alentando la demanda. Ahora, que hay que importar energía, y que no alcanzan los fondos fiscales, los subsidios se irán terminando, aunque todavía falta reconocerles a los productores precios para que inviertan. También fue una ilusión mantener por años el precio del transporte público de pasajeros en la ciudad de Buenos Aires y alrededores, en una relación 1 a 3 o 1 a 4 con el verdadero costo, pagando la diferencia, con impuestos que no sólo recaen en los ciudadanos locales, sino también en los de otras provincias que no utilizan estos servicios. Y ahora se pone a prueba “la madre de todas las ilusiones”, la creencia que los costos laborales pueden crecer, sistemáticamente, por encima de la productividad laboral. Y se pone a prueba, no porque la crisis internacional genere competencia desleal de los países europeos o asiáticos, que pueden vender sus productos a precios de liquidación, –aunque pueda haberla en casos muy específicos-, sino porque, hasta ahora, las empresas locales compensaban los mayores costos laborales, con más volumen producido y con la devaluación del peso, contra las monedas regionales (en especial el Real), o contra el Euro (Porque el peso solo no se devaluó contra el dólar). Pero como han llegado al máximo de la capacidad instalada y no hay mucho más “volumen” que exprimir y las monedas regionales o el Euro, han dejado de fortalecerse con la misma intensidad que antes contra el dólar, sólo les queda el camino de una mayor protección, para trasladar tranquilos los aumentos salariales a los precios, (más inflación) o convencer a los trabajadores que acepten una caída del salario real, o convencer al Estado que “ponga plata” bajando impuestos al trabajo, o resignando ingresos impositivos. O, finalmente, que el peso se devalúe, también contra el dólar. Es esa ilusión la que se pondrá en juego en los próximos meses, y ese desafío el que tienen que superar el gobierno, sindicalistas y empresarios. Pero, como le vengo diciendo hace rato, suponer que la “solución” es administrativa y no macroeconómica es, en el fondo, perder el tiempo con la peor de las ilusiones. |
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